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34 Lo beberás pues, y lo agotarás, y quebrarás sus tiestos; y tus pechos arrancarás; porque yo he hablado, dijo el Señor DIOS. 35 Por tanto, así dijo el Señor DIOS: Por cuanto te has olvidado de , y me has echado tras tus espaldas, por eso, lleva también tu suciedad y tus fornicaciones.

«Es verdad, pensaba; habíamos quedado en que mañana temprano iría a confesar... ¡y se me había olvidado! y ahora él adelanta la confesión.... Quiere que vaya esta tarde. ¡Imposible! No estoy preparada.... Con estas ideas... con esta revolución del alma.... ¡Imposible!».

Por último, sintiéndose enteramente incapaz de permanecer por más tiempo en aquella angustiosa situación, se levantó de pronto y dijo con voz alterada, que se le había olvidado dar un recado a un amigo, que le dispensasen un momento, que no tardaría en volver.

Y aun el mismo Mustafá, mírele usted echado entre nosotros y mirándole de hito en hito. A pesar de que es ya viejo no se ha olvidado de usted; no es usted para él una persona desconocida... ¿Ha ido a verle a usted el padre Ambrosio? No por cierto, y me hubiera alegrado mucho de verle. No se habrá atrevido... es tan tímido.

Precisamente se había prohibido la entrada á los primogénitos. Era fácil tarea contar á los admitidos; y si se hubiese tenido que juzgar por el número, dijérase que lo excluido, lo olvidado, dejaba á la calle á la Naturaleza misma. El genio de las metamorfosis, acababa de ser emancipado por la botánica y por la química.

Así como el pesar, olvidado durante el sueño, vuelve a apoderarse de nosotros al despertar, así su espíritu, que se había complacido un instante en deliciosas fantasías, le mostró, de improviso, que aquello era para él, una simple quimera.

¿A seguirme a todas partes? A todas partes. ¿De veras? Aunque sea a morir. Ahora, vete. ¡Por Dios! No nos sorprendan. Martín se había olvidado de todos sus peligros; marchó a su casa y sin pensar en espionajes entró en la posada a ver a Bautista y le abrazó con entusiasmo. Pasado mañana dijo Bautista tenemos el coche. ¿Lo has arreglado todo? .

Confiesas que has faltado cinco veces y, sabe Dios, ¡si no has faltado más! Atqui como leo la lista muy raramente, y cada vez que le cojo á uno le pongo cinco rayitas, ergo, ¿cuántas son cinco por cinco? ¡A que te has olvidado de la tabla de multiplicar! ¿Cinco por cinco? Veinticinco... ¡Júsito, júsito!

Nada sabía; su tía le hablaba poco de Dios, y el maestro de escuela le había dicho sobre el mismo tema mil cosas huecas que nunca pudo comprender bien. Las nociones de su tía y las palabras del maestro se le habían olvidado con el penoso trabajo del taller de sogas y aquella vida errante de juegos, raterías y miseria. Sin saber cómo, este orden de ideas llevole a reconocerse culpable.

La huérfana oía, desde su alcoba, historias que sublevaban su pudor, que le enseñaban mil desnudeces que no había visto en los libros de Mitología. Pero aquellas mujeres ya se habían olvidado de ella.