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Después, aún se sentaba otro rato a confesar, y se iba a casa. Hasta la hora de comer, estudio, meditación, rezo. Después otra vez a la iglesia: rosario, enseñanza de doctrina, arreglo y aseo del templo. Desde que él llegó, éste comenzó a estar limpio y decoroso. Sin reprenderle, logró con el ejemplo, echando él mismo mano al plumero y a la escoba, que el sacristán cumpliese con su deber.

¡Hay en el mundo otra mujer que os ama, que puede y debe confesar el amor que os tiene ante Dios y los hombres! ¡una mujer que por vos sufre, que por vos está enferma, que por vos muere! ¡una mujer que por vos se ha arrojado á las plantas del rey, y que no ha podido conseguir nada, ni aun saber el lugar donde estáis preso! ¡Vuestra esposa! ¡Doña Clara Soldevilla, que es vuestra vida!

Lo primero llevaba buen camino: de algún tiempo atrás venían los políticos más conspicuos inclinándose a esa opinión. En cuanto a lo segundo, nos duele confesar que no tenía verosimilitud de ninguna clase.

Confesar que no se ha leído un libro de cierta notoriedad; ¿ has encontrado a alguien que confiese no haber leído a Sarmiento, a Mitre, a López, a Estrada o a alguno de nuestros grandes autores de renombre? Tal vez tienes razón. ¡Y sin tal vez! Yo no he hablado con una sola persona que me haya dicho que no ha leído el «Facundo», por ejemplo. Y lo habrán leído...

También estaban allí los padres de mis dos compañeros de expedición, los amigos de todos ellos y los curiosos que nos habían visto confesar el día antes; medio pueblo, amigo mío, nos rodeaba en el mesón; medio pueblo que nos siguió hasta el Cristo de Becedo, que estaba en el lugar que después ocupó el Peso público, y últimamente esa gran casa que llaman también del Peso.

Considerándolos, pues, como lo que son, y nada más, esto es, como cuadros verdaderos y naturales de la vida, es necesario confesar que merecen nuestra plena aprobación por su realidad extraordinaria, por la animación de su parte expositiva, por su ingenio y por su vis cómica.

Porque de seguro me preguntará cosas como cuando una se va a confesar... ¿Y cómo me pondré? ¿Me vestiré con los trapitos de cristianar, o de cualquier manera?... Quizás sea mejor ponerme hecha un pingo, a lo pobre, para que no crea... No, no es propio.

Fuerza es confesar, aunque no redunde en alabanza de Juanita, que esta no desengañaba ni zapeaba a don Andrés por completo y que se deleitaba en retenerle y en provocarle con sus retrecherías.

, señora, de Guimarán, de don Pompeyo, que se está muriendo y quiere que le vaya a confesar el señorito. Hijo y Madre dieron un salto; doña Paula quedó en pie, don Fermín sentado en su lecho. Se hizo entrar a la criada de Guimarán y repetir el recado. La criada lloraba y describía entre suspiros la tristeza de la familia y el consuelo que era ver al señor pedir los Santos Sacramentos.

Pero, señora, con todo nuestro respeto, no podemos menos de confesar que no son dignos de vosotras.