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¡Oh, qué trabajadora es Maximina! dijo Miguel acercándose a ella sin hacer caso alguno de Adolfo, que le había sido antipático. A la luz del día pudo apreciar mejor su figura.

Cuando ésta llegaba, hacía entrar a los visitantes con visible malhumor, porque durante el tiempo de la visita el poeta no trabajaba. Delille solía recitar algunas estrofas del poema que estaba componiendo; pero su esposa le interrumpía violentamente: ¡Eres un camello! No digas el argumento de lo que escribes, porque alguno de estos señores te lo puede robar.

ARR. Yo te doy la palabra, y por Mahoma Te juro de querella y regalalla. NARV. Parte con Dios; que buena mujer tienes En Coín, y en Alora buen amigo. Cuando alguno tratare de enojártela, Acude a , que yo seré tu espada. ARR. Los cielos guarden tu famosa vida. Vase. NARV. Esto es mi gusto; no replique nadie. Sale NU

Aquella distinguida sociedad vino provista de aquella exuberancia de animación, alegría y locuacidad, sin freno ni respeto alguno para el anfitrión, que la mayor parte distribuyó del modo más generoso posible, principalmente a costa de los festejados. La cosa hubiera terminado con escándalo, a no pertenecer los actores a la más alta escala social.

En aquel momento alzóse un poco de tumulto cerca de ellos: se oyeron algunos gritos coléricos y también el chasquido de los garrotes. La gente acudió allá en tropel. Viéronse bastantes palos enarbolados y otros tantos combatientes ebrios de furor, y alguno de ellos soltando sangre por la frente.

En lo alto del buque vibró la señal de mediodía, un rugido que hizo temblar los pasillos y tabiques del trasatlántico y se dejó absorber sin eco alguno por el sordo infinito del Océano. Las doce: vamos a almorzar. Cerca de la proa vieron algunos pasajeros que señalaban la línea del horizonte, discutiendo con frases breves.

En honor del pueblo de Cádiz, debo decir que jamás vecindario alguno ha tomado con tanto empeño el auxilio de los heridos, no distinguiendo entre nacionales y enemigos, antes bien equiparando a todos bajo el amplio pabellón de la caridad. Collingwood consignó en sus memorias esta generosidad de mis paisanos.

Muchas veces lo había convertido imaginariamente en un sanatorio poblado de militares inválidos, con ella al frente como directora y protectora. Pero sus insinuaciones no causaban efecto alguno en el príncipe. «Un egoísta», se decía, volviendo á su antigua opinión.

Cuál sería la base de todas mis meditaciones, se adivina fácilmente; qué remedio fué el primero que se me ocurriera para evitar males tan considerables como el que deploraba entonces, no debo decirlo aquí por dos razones: la primera, porque, en mi buen deseo, puedo equivocarme; y la segunda, porque, aunque acierte, no se ha de hacer caso alguno de mi teoría en las altas regiones donde se elabora la felicidad de los nietos del Cid.

Alguno más audaz pedía permiso para dar un paseo por las calles iluminadas y el campo de la feria. Mañana, Miuras decía el espada . lo que son esos paseos. Gorverás al amaneser con dos copas de sobra, y no te faltará un enreo pa perder las fuerzas... No: no se sale. Ya te hartarás cuando acabemos.