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Si tiene el cielo dada la sentencia De que en este rigor fiero acabemos, Revoquela, si acaso la merece La justa enmienda que Numancia ofrece. Salen primero dos Soldados Numantinos MORANDRO, y LEONCIO. Morandro amigo, á do vas, O ácia do mueves el pie? Si yo mismo no lo , Tampoco tu lo sabras. Cómo te saca de seso Tu amoroso pensamiento? Antes despues que le siento Tengo mas razon y peso.

¡Pero, caballero!... Señor cura, acabemos. Don Santos está dispuesto a morir sin confesar ni comulgar, no reconoce la religión de sus mayores. Estas son sus condiciones irrevocables; pues bien, a ese precio ¿consienten ustedes en asistirle, cuidarle, darle el alimento y las medicinas que necesita?

Indudablemente estáis de muy mal humor, Dorotea. Tenéis razón, estoy de un humor endiablado. ¿Y qué queréis?... Que acabemos de una vez; yo no aún lo que soy para vos. ¿Que no lo sabéis? Quiero no saberlo, aunque vos me lo decís claramente con vuestra conducta. Pero en fin... ¿qué creéis vos?

Querer tomarme a por la fuerza, ¡a ! la mujer inexpugnable cuando no quiero, por quien se han muerto los hombres, sin poder conseguir ni un beso en la mano. Márchese usted mañana, Rafael. Seremos amigos... Pero por si hemos de volver a vernos no olvide usted lo que le digo. Acabemos de una vez con todas estas tonterías. No se fatigue; yo no puedo ser suya.

Iba a decir que el que allí corría con las cuentas de todo era D. Juan Nepomuceno; pero se contuvo, porque solía darle vergüenza que los extraños conocieran esta abdicación de sus derechos. ¿Esto será alguna deuda antigua? dijo por fin. No señor... y señor. Me explicaré... , hombre, acabemos.

Pero acabemos este artículo, demasiado largo para nuestro propósito: no vuelven a mirar atrás porque habría de poner un término a su maledicencia, y llamar prodigiosa la casi repentina mudanza que en este país se ha verificado en tan breve espacio. Concluyamos, sin embargo, de explicar nuestra idea claramente, mas que a los don Periquitos que nos rodean pese y avergüence.

¿Es cierto lo que dices? ¿No te acusa la conciencia de la menor falta? ¿Cómo he de declararme impecable? Paco, ; la conciencia me acusa, pero no me atormenta; dame la carta: acabemos. ¡Qué interrogatorio! ¡Qué dilaciones crueles! ¿Has venido a matarme? No, Beatriz. Díme, sin embargo, ¿de qué te acusa la conciencia? Soy vanidosa, lo confieso.

Mi plan está aquí, fijo, cierto como la muerte que le amenaza, porque usted va a morir. ¡Usted tan valiente, tan grande! ¡morir! ¡morir como un miserable! decía Blasillo en voz baja para no despertar las sospechas de los guardianes, y se retorcía los brazos. El gitano puso una mano sobre su frente. Mira, Blasillo, acabemos esta escena; es atroz. ¡Adiós! Déjame. Comandante, aun no, aun no...

¿Una segunda broma? preguntó Figueroa, que era uno de los padrinos, sobre el terreno nombrados. Acabemos de una vez dijo lord Gray con impaciencia . Tengo que arreglar mi viaje. Dense explicaciones dijo el otro y se evitará un lance desagradable. Araceli es quien tiene que darlas, no yo afirmó el inglés. A lord Gray corresponde hablar, sincerándose de su vil conducta.

Y él, con la incoherencia de la pasión, besó sus pies y el arranque de sus piernas; besó su falda allí donde pudo, en los ángulos redondeados de sus rodillas, en la suave curva del vientre. Ella se irritó al sentirse inmovilizada, sin poder huir. ¡Déjame!... Esto es ridículo. ¡Acabemos!