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Vamos, esto me enajena. ¿No oyes cómo crujen las armas, cómo relinchan los caballos y cómo blasfeman los combatientes, encendidos en marcial coraje? ¡Gloriosa muerte la de los unos, y gloriosísima victoria la de los otros

Una interminable variedad de uniformes desfilaba por sus calles, y á esta diversidad de trajes venía á añadirse la diferencia étnica de los hombres que los vestían. Los soldados de Francia y de las Islas Británicas se codeaban con las tropas exóticas. Los gobiernos aliados habían hecho un llamamiento á los combatientes profesionales y los voluntarios de sus colonias.

Al caminar, se da cuenta de algo que no ha visto antes, cuando le acompañaba el coronel. La bandera de los Estados Unidos flota sobre todos los edificios. Hay en la vía pública tantos rótulos en inglés como en francés. Soldados americanos por todas partes. El uniforme de Lubimoff y los de otros combatientes franceses se pierden en la gran inundación de hombres vestidos de color mostaza.

Los espacios cerrados servían á la vez de baterías y dormitorios. Estos acuartelamientos habían sido al principio trincheras descubiertas, iguales á las de la primera línea. Al repeler al enemigo y ganar terreno, los combatientes, que llevaban en ellas todo un invierno, habían buscado instalarse con la mayor comodidad.

Las condiciones del duelo se redujeron a que, una vez el sable en la mano, cada uno de los dos combatientes hiciese lo que Dios le diera a entender. Se cerró la puerta de la sala. Las mesas y las sillas se apartaron en un rincón para despejar el terreno. Las luces se colocaron de un modo conveniente.

Los gritos de los combatientes, el encontrón de los cuerpos, la estridencia de las armas, no representaban nada después que los cañones habían enmudecido.

Saliendo afuera en busca de agua para mi amo, presencié el acto de arriar la bandera, que aún flotaba en la cangreja, uno de los pocos restos de arboladura que con el tronco de mesana quedaban en pie. Aquel lienzo glorioso, ya agujereado por mil partes, señal de nuestra honra, que congregaba bajo sus pliegues a todos los combatientes, descendió del mástil para no izarse más.

El plan de ataque consistía en cañonearlas primero, sin disparar un tiro de fusil, y tomarlas después a la bayoneta cuando fuera posible calcular que la artillería había destruido las defensas y desalentado a los combatientes.

Lo mismo puede decirse de Bien vengas, mal, si vienes solo, cuyo enredo, en lo más esencial, puede condensarse en las palabras siguientes: Don Luis presencia una noche un desafío delante de su casa, de cuyas resultas uno de los dos combatientes cae en tierra con una herida mortal.

Conduxéronle con mil baldones á su aposento, donde conforme á la ley habia de pasar aquella noche: y decia, pudiendo apénas menearse: ¡Qué aventura para un hombre como yo! Mejor desempeñáron su obligacion los demas adalides: hubo algunos que venciéron á dos combatientes, y unos pocos llegáron hasta tres. Solo el príncipe Otames venció á quatro.