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Tales piropos eran lo menos que se decían, entre el silencio más absoluto de la Cámara y la curiosidad febril de las tribunas, de las cuales se desbordaban racimos de humanas cabezas con los ojos fijos en los combatientes, las cejas arqueadas y la boca abierta.

Don Iñigo, receloso y resuelto á pelear, acude á una cita, que se le da en compañía de Don Antonio; Lisardo le cuenta que él no es Don Félix, y las circunstancias, que le obligaron á tomar su nombre; añade, que, estando de visita en casa de Clara, huyó de ella refugiándose en la de Don Iñigo; pero el anciano se encoleriza, y califica de agravio ese yerro; Antonio saca también su espada para vengar en Lisardo la visita secreta hecha á su hermana; Don Félix, que asiste escondido á esta escena, sale también para socorrer á su amigo, y el combate se hubiera llevado á efecto, á no sobrevenir mucha gente que obligara á los combatientes á retirarse.

Guerreros ambos de mucha nombradía, sus proezas los habían llevado á muy distintos países y campos de combate, sin darles hasta entonces la oportunidad de medirse cuerpo á cuerpo. Dióse la señal, y puestas las lanzas en los ristres arremetieron uno contra otro ambos combatientes, encontrándose con tremendo choque frente á la regia tribuna.

En el centro del río anclaban algunos barcos. Ambos combatientes se despojaron prontamente de sus ropillas y birretes y empuñaron las espadas.

Y mezclándose cautelosamente entre los combatientes sin ser percibido por Toribión arrastró á su amigo fuera de la pelea y echándoselo luego sobre los hombros lo condujo hasta el pórtico.

Esforzáronse, en consecuencia, en demostrar a los testigos de Maurescamp, que, planteada como estaba la cualidad de ofensor y ofendido, quedaba en realidad dudosa entre los combatientes. La provocación dirigida por Maurescamp al señor de Lerne, a causa de un incidente cuya futilidad no podía desconocerse, ¿no tenía en un carácter excesivo que se asimilaba a una verdadera agresión?

Pero antes de hacerlo González de la Riva se acercó velozmente a la línea de los combatientes y dijo con su voz recia de orador tribunicio: Señores: Sean cuales fueren los motivos que a este penoso trance han conducido a los caballeros que tenemos la honra de apadrinar ya no puede ofrecer la menor duda que el honor de ambos ha quedado plenamente satisfecho, limpio de toda mácula, puro y diáfano como un día esplendoroso de sol.

Has errado el golpe, Toribión profirió con voz entera el héroe de la Braña. Si tuvieses las manos tan ligeras como la boca pronto darías buena cuenta de . Pero confío en que ahora vas á pagar tu fachenda de siempre y la marranada de ayer. ¡Muera el cerdo de Lorío! Ambos combatientes se arrojaron el uno sobre el otro con el corazón henchido de un furor salvaje.

Eran combatientes de profesión, soldados que en tiempos de paz vivían peleando en las colonias, perfiles enérgicos, rostros bronceados, ojos de presa.

La diferencia radical entre el ambiente casi monástico del escritorio, con sus empleados silenciosos, encorvados junto a las imágenes de los santos, y aquel grupo que rodeaba a Salvatierra de veteranos de la revolución romántica y jóvenes combatientes de la conquista del pan, turbaba al joven Montenegro.