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Actualizado: 1 de noviembre de 2025
Fue condición de los combatientes que si don Quijote vencía, su contrario se había de casar con la hija de doña Rodríguez; y si él fuese vencido, quedaba libre su contendor de la palabra que se le pedía, sin dar otra satisfación alguna. Partióles el maestro de las ceremonias el sol, y puso a los dos cada uno en el puesto donde habían de estar.
Amaba la guerra salvaje, ingenua, sin hipocresías de humanidad, sin disfraces de civilización: aquellas guerras en las que los combatientes mataban por la gloria que proporciona el exterminio, no alcanzando otra retribución que el saqueo de la casa del vencido y el pillaje de sus campos; pero había llegado tarde, según afirmaba con acento de tristeza, y a falta de mejor escenario, entregábase, a las puertas de una gran población, a una vida prehistórica, cazando a la bestia para comer, y al hombre, si era preciso, para defenderse; considerando la tierra como suya, sin respeto a tapias que podía saltar, ni a leyes representadas por hombres que eran mortales como él.
Ni más ni menos, ni menos ni más. Los combatientes son los hijos de este país. Los enemigos son los extranjeros. En España, en el mismo Madrid, el dinero es una gran necesidad. En Paris es una gran plaga, una gran peste; en fin, es una guerra, con todos los peligros, con todos los sustos, con todas las calamidades y las desdichas de una guerra.
Y poseído de súbita consideración por los combatientes, quería deslumbrar al alemán con el relato de las batallas políticas allá en su provincia, tenaces encuentros revólver en mano, sin otros testigos que los peones, que disparaban también; desafíos gauchescos, jamás terminados sin sangre. El belga había acaparado a Maltrana en un rincón.
Octavio se enfurece al oirlo; se lanza contra Roselo, y éste, viéndose forzado á defenderse, lo derriba á sus pies sin vida. Aparece entonces en el teatro de la lucha el príncipe de Verona, atraído por el choque de las espadas; ordena á los combatientes que desistan de su contienda, y destierra á Roselo de la ciudad por largo tiempo.
Los más eran combatientes de las guerras de Europa, segundones de ilustres casas, hidalgos pobres que habían hecho su aprendizaje en los tercios de Italia y de Flandes y asistido al saco de Roma: soldados orgullosos de sus hazañas y un tanto indisciplinados, que consideraban a sus jefes como iguales.
El barro resultaba perpetuo en ellas; había que arrastrarse, expuestos á recibir un balazo, sintiendo caer en la espalda la tierra levantada por los proyectiles. Sólo los combatientes podían frecuentar estas obras avanzadas. Siempre hay peligro continuó el jefe , siempre hay tiroteo... ¿Oye usted cómo tiran?
Para hacer la paz hay reyes, diplomáticos, cancilleres, ministros, políticos, gobernantes, etc., todos los que han lanzado a los pueblos a la pelea. Para «hacer las paces» no hay acción intermediaria y pacificadora, porque los guerreros los cónyuges empiezan por ocultar su propia guerra. En las guerras internacionales los combatientes sienten el orgullo y el honor de la pelea.
Los testigos ponen fin a esta agradable conversación; los adversarios son conducidos a sus sitios; aquéllos hácense un poco atrás; el famoso Julio pronuncia la palabra sacramental: «¡Adelante, caballeros!» De común acuerdo, siguiendo las enseñanzas del maestro, ambos combatientes dan un brinco hacia atrás; ligera emoción en la concurrencia; pausa; de esta guisa podrían permanecer mucho tiempo; Julio toma la resolución de conducir otra vez a estos caballeros a su punto de partida; los enemigos se observan, rígido el brazo, sin moverse; el operador del cine da vueltas a su manivela. ¡Esto no formará un conjunto excelente!
Si nos obstinamos y persistimos en nuestra humildad, en recelar que hemos degenerado y que no somos ya lo que fuimos, ni Santiago ni nadie acudirá á socorrernos y jamás conseguiremos la victoria. Desde que Tubal vino á España, desde que en España reinaron los Geriones hasta el día de hoy, no hemos tenido un general que haya reunido bajo su mando 200.000 combatientes.
Palabra del Dia
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