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En La república al revés se pintan con tanta energía como animación los disturbios y altercados de familia de la corte de Constantino Porfirogeneta. Constantino despoja del trono á su madre, la destierra, y ordena que le quiten la vida. Cásase con Carola, hija del rey de Chipre, pero se apasiona pronto de una dama de la corte y encierra á la Emperatriz en la cárcel.

Enfurécese sobremanera por esta causa Pedro, hijo de Don Alonso de Guzmán, y mancebo de unos catorce años; pero su padre, siempre leal, no exhala la menor queja, protestando sólo ante el Rey con frases calurosas del amor y del profundo respeto que le profesa. Don Sancho, dando oídos á calumniosas insinuaciones, lo destierra de Sevilla y de sus cercanías.

Lo mismo va á suceder con un pez excelente, magnífico, el escombro, que es perseguido bárbaramente en toda estación. La prodigiosa generación del abadejo no por esto lo pone á salvo de extinguirse, puesto que va en disminución aun en los mismos bancos de Terranova. Tal vez se destierra voluntariamente en medio de soledades desconocidas.

En El duque de Viseo se refieren, formando trágico conjunto, los destinos de Juan de Braganza y del duque de Viseo. El rey Juan II de Portugal, aconsejado de su pérfido favorito, D. Egas, concibe sospechas de los cuatro hermanos de la casa de Braganza, y los reduce á prisión. El duque de Viseo, primo del Rey, y por mediación de su amada Doña Elvira, cuyos favores solicita también el Monarca lusitano, se esfuerza en interceder por los prisioneros; pero el Rey recela también del duque de Viseo, cuya popularidad conoce, temiendo que pretenda subir al trono, y movido asimismo por las insidiosas insinuaciones de D. Egas. El Rey manda llamar al Duque, lo destierra á sus dominios, y le descubre, descorriendo una cortina, el cadáver decapitado de Juan de Braganza, cuya suerte debe servirle de escarmiento. El Duque se retira á sus posesiones, pero vuelve á veces á Lisboa disfrazado para visitar á Doña Elvira. Encuentra casualmente á un pretendido astrólogo, que le profetiza que algún día llevará ceñida en sus sienes la Corona. Más adelante, en efecto, al dar una fiesta á sus colonos, lo proclaman Rey de burlas, y le ponen una corona de flores. Sábese esto en la corte, y sus enemigos lo explotan para perderlo. Cuando va disfrazado á Lisboa y habla á la reja con Doña Elvira, entrégale ésta una carta; al contestarla, en vez de la respuesta, le da equivocado la profecía del astrólogo. El Rey entra en la habitación de Doña Elvira y le arrebata de las manos el papel, porque desea casarla con D. Egas, y ella se opone. El Duque, mientras tanto, permanece solo en la obscuridad. Oye triste canto de una casa, que le recuerda el deplorable fin del duque de Braganza, y mira en un rincón de la calle un crucifijo, alumbrado por una lámpara, á la que se acerca para leer la carta recibida. Una luz repentina circunda entonces al crucifijo, y cree ver á Juan de Braganza con el vestido blanco de la Orden y con la cruz, que le exhorta por tres veces á guardarse del Rey.

Bajò con intencion de despacharle Al Perú, por sacarle de la tierra; Mas no halla manera de enviarle: Por su voluntad en esto cierra, Que dos ò tres procuren de fiarle: Con esta condicion no lo destierra, Mas suelto el Provisor del crudo lazo, Sacude, como dicen, zapatazo.

Y ¡cuántas otras cosas sabrosísimas, de gran interés literario é histórico, habrá tenido que reservar y dejar en el fondo de los cajones, por esta ridícula meticulosidad que ahora nos ha entrado, por esta pudibundez externa que destierra todos los desenfados del ingenio antiguo, aunque permite toda licencia al ingenio contemporáneo!

Hermano Saavedra, si te arreas De ser predicador, esta no es tierra Do alcanzarás el fruto que deseas. Dexate deso, escucha de la guerra Que el gran Felipe hace, nueva cierta, Y un poco el pesar de ti destierra. Dicen que una fragata de Biserta Llegó esta noche, y alli viene un cautivo Que ha dado vida á mi esperanza muerta.

Tres gradas de mármol blanco dan ingreso al piso bajo, destinado sólo a recibimiento y adornado con esa pulcra sencillez que adopta todo lo bello y destierra todo lo suntuoso, y constituye el buen gusto y la elegancia en el decorado de un palacio de campo.

Por voluntad de Dios suele brotar de entre esos poderosos monstruos algún sér de superior naturaleza, que tiende las alas a la eterna Miranda de lo ideal. Entonces, Calibán mueve contra él a Sicorax, y se le destierra o se le mata. Esto vio el mundo con Edgar Allan Poe, el cisne desdichado que mejor ha conocido el ensueño y la muerte...

Octavio se enfurece al oirlo; se lanza contra Roselo, y éste, viéndose forzado á defenderse, lo derriba á sus pies sin vida. Aparece entonces en el teatro de la lucha el príncipe de Verona, atraído por el choque de las espadas; ordena á los combatientes que desistan de su contienda, y destierra á Roselo de la ciudad por largo tiempo.