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Tenía mal gesto; pero olvidaba su propio infortunio para consolarse con el relato de las desgracias de Alicia: Después de perderlo todo en el «treinta y cuarenta», apareció á última hora con más dinero: un fajo de billetes de mil francos... Y ella, que no siente predilección por la ruleta, se lanzó á la ruleta. ¡Qué modo de jugar!

Creyendo siempre que sus adversarios y hasta sus parientes le tienden lazos traidores para perderlo, intenta asegurar su vida matando á sus enemigos; la sangre de sus rivales ha de derramarse para llevar á ejecución sus intrigas amorosas, y otras veces, al contrario, se empeña en proteger á los reos condenados por el asistente.

El chocolate era una de las cosas en que más actividad y celo desplegaba Plácido, porque en cuanto Barbarita le daba órdenes ya no vivía el hombre. Compraba el cacao superior, el azúcar y la canela en casa de Gallo, y lo llevaba todo a hombros de un mozo, sin perderlo de vista, a la casa del que hacía las tareas.

¿Llegaremos a la estación un poquito antes que el tren? preguntó al joven. No se lo puedo decir con exactitud, pues no llevo reloj repuso Simón; pero no tema usted perderlo... De aquí a diez minutos divisaremos ya la estación.

No, eso estaba en un porvenir lejano todavía. Debía de ser demasiado grande, demasiado hermoso para estar tan cerca de aquella miserable vida que la ahogaba, entre las necedades y pequeñeces que la rodeaban. Acaso el amor no vendría nunca; pero prefería perderlo a profanarlo.

Y cuando, después de emocionantes fluctuaciones creciendo algunas veces su capital, como si fueran á realizarse sus esperanzas , acababa por perderlo todo, Lewis volvía á su refugio de la cumbre, llevando una existencia de cenobita, en espera de nuevos envíos, cada vez más espaciados y trabajosos.

Cornelio, que era más ágil, corría como un gamo, saltando por encima de las raíces y rompiendo con su cuchillo las lianas que se oponían a su paso, seguido de Horn, que hacía desesperados esfuerzos para no perderlo de vista; pero el babirussa, a pesar de la sangre que iba perdiendo, no paraba de correr.

Es preciso volver por él sentiría perderlo. Fortuna, que iba detrás, de dos saltos se puso delante, y levantando la cabeza, se quedó mirando a sus amos. El perro llevaba el libro en la boca con tal delicadeza, que ni siquiera lo había humedecido. Muchas gracias, Fortuna, le dijo don Salvador acariciando la inteligente cabeza del perro.

Ah, usted se asombra de que piense así, porque usted no tiene idea de la grandeza del nombre español, no la tiene usted, no; usted lo identifica con las personas, con los intereses; para usted el español puede ser pirata, puede ser asesino, hipócrita, falso, todo, con tal de conservar lo que tiene; para , el español debe perderlo todo, imperio, poderío, riquezas, todo, ¡todo antes que el honor! ¡Ah, señor mío!

Al perderlo de vista aún lo vió mejor. Su imaginación fué evocando vigorosamente ciertos detalles sobre los que había resbalado insensible su mirada. Algo surgió con un relieve doloroso en su memoria: varias rosas, un pequeño grupo de rosas que el militar llevaba sobre el pecho, entre dos botones de su uniforme. ¡Un oficial con flores!