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Y dio un chillido y se agarró a don Saturno que, patrocinado por las tinieblas, se atrevió a coger con sus manos la que le oprimía el hombro; y después de tranquilizar a Obdulia con un apretón enérgico, concluyó de esta suerte: Tales fueron los preclaros varones que galardonaron con el alboroque de ricas preseas, envidiables privilegios y pías fundaciones a esta Santa Iglesia de Vetusta, que les otorgó perenne mansión ultratelúrica para los mortales despojos; con la majestad de cuyo depósito creció tanto su fama, que presto se vio siendo emporio, y gozó hegemonía, digámoslo así, sobre las no menos santas iglesias de Tuy, Dumio, Braga, Iria, Coimbra, Viseo, Lamego, Celeres, Aguas Cálidas et sic de coeteris.

El duque de Viseo. El castigo sin venganza. 65 CAPÍTULO XV. Comedias caballerescas. Castelvines y Monteses. El nuevo Pitágoras. La octava maravilla, é indicación de los argumentos de otras. 93 CAPÍTULO XVI. La fuerza lastimosa. Don Lope de Cardona. La hermosa Alfreda. Laura perseguida. Otras comedias. El caballero de Olmedo. Lo cómico de Lope de Vega. Amar sin saber á quien. 123

El mejor alcalde, el Rey. La carbonera. La niña de plata. La corona merecida. El vaquero de Moraña. El duque de Viseo. El castigo sin venganza.

Dónde y cómo los sorprendió, si fué en Viseo, de noche, derribando las puertas de su posada, no queda bien averiguado; lo cierto es que á los pocos días volvió á entrar en Salamanca, animosa y terrible, al frente de su comitiva, enarbolando en las puntas de las picas las cabezas de los dos Manzanos; y á guisa de ofrenda expiatoria, más digna del altar de las Euménides que de una tumba cristiana, las hizo rodar sobre las recientes losas que en la iglesia de San Francisco, ó en la de Santo Tomé, cubrían los restos de sus hijos.

Las armas cristianas empiezan á adquirir nuevo brillo: Alfonso III fortifica á Zamora y á Toro, funda á Porto y restaura á Chaves y Viseo; y Mohammad muere disertando como filósofo , mientras sus vasallos rebeldes desafian su poder como guerrero.

En El duque de Viseo se refieren, formando trágico conjunto, los destinos de Juan de Braganza y del duque de Viseo. El rey Juan II de Portugal, aconsejado de su pérfido favorito, D. Egas, concibe sospechas de los cuatro hermanos de la casa de Braganza, y los reduce á prisión. El duque de Viseo, primo del Rey, y por mediación de su amada Doña Elvira, cuyos favores solicita también el Monarca lusitano, se esfuerza en interceder por los prisioneros; pero el Rey recela también del duque de Viseo, cuya popularidad conoce, temiendo que pretenda subir al trono, y movido asimismo por las insidiosas insinuaciones de D. Egas. El Rey manda llamar al Duque, lo destierra á sus dominios, y le descubre, descorriendo una cortina, el cadáver decapitado de Juan de Braganza, cuya suerte debe servirle de escarmiento. El Duque se retira á sus posesiones, pero vuelve á veces á Lisboa disfrazado para visitar á Doña Elvira. Encuentra casualmente á un pretendido astrólogo, que le profetiza que algún día llevará ceñida en sus sienes la Corona. Más adelante, en efecto, al dar una fiesta á sus colonos, lo proclaman Rey de burlas, y le ponen una corona de flores. Sábese esto en la corte, y sus enemigos lo explotan para perderlo. Cuando va disfrazado á Lisboa y habla á la reja con Doña Elvira, entrégale ésta una carta; al contestarla, en vez de la respuesta, le da equivocado la profecía del astrólogo. El Rey entra en la habitación de Doña Elvira y le arrebata de las manos el papel, porque desea casarla con D. Egas, y ella se opone. El Duque, mientras tanto, permanece solo en la obscuridad. Oye triste canto de una casa, que le recuerda el deplorable fin del duque de Braganza, y mira en un rincón de la calle un crucifijo, alumbrado por una lámpara, á la que se acerca para leer la carta recibida. Una luz repentina circunda entonces al crucifijo, y cree ver á Juan de Braganza con el vestido blanco de la Orden y con la cruz, que le exhorta por tres veces á guardarse del Rey.