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La dudosa claridad que esparcen los carbones encendidos que arden en la chimenea, tiende á producir el efecto que he tratado de describir. Vierten una luz suave en toda la habitación, acompañada de una ligera tinta rojiza en las paredes y en el cielo raso, y de un débil reflejo del pulido barniz de los muebles.

En este diario y en aquel, no bien puso el pie en el país, escribió el señor Valle con mano ejercitada, aunque un tanto febril y descompuesta, sus azotainas contra las monarquías y vilezas que engendra, y sus himnos, encendidos como cantos de batalla, en loor de la libertad, de que «los campos nuevos y los altos montes y los anchos ríos de esta linda América, parecen natural sustento».

Y fue esta negación añadir llama a llama y deseo a deseo, porque, aunque pusieron silencio a las lenguas, no le pudieron poner a las plumas, las cuales, con más libertad que las lenguas, suelen dar a entender a quien quieren lo que en el alma está encerrado; que muchas veces la presencia de la cosa amada turba y enmudece la intención más determinada y la lengua más atrevida. ¡Ay cielos, y cuántos billetes le escribí! ¡Cuán regaladas y honestas respuestas tuve! ¡Cuántas canciones compuse y cuántos enamorados versos, donde el alma declaraba y trasladaba sus sentimientos, pintaba sus encendidos deseos, entretenía sus memorias y recreaba su voluntad!

Entre aquellas hormigas humanas habíalas de pocos años y buen palmito, risueñas unas y alborotadas con la boda, otras quejumbrosicas y encendidos los ojos de llorar, con la despedida. Media docena de maduras dueñas las autorizaban, sacando de entre el velo del manto la nariz, y girando a todas partes sus pupilas llenas de experiencia y malicia.

La muchedumbre penetró apresuradamente en la sala, se separó a derecha e izquierda y sonaron dos tiros que se oyeron casi al mismo tiempo. Se arrojaron todos sobre los contrincantes, y se vio al maestro de pie, sacudiéndose con la mano izquierda los tacos encendidos, de la manga de su chaqué. Alguien le detenía por la otra mano.

Díjole ella, en fin, que era muy extraña cosa que un hombre que, como él, de tal manera se había entrado en su casa amparándose de la justicia, y que decía que por ella se había puesto en tal trabajo, y que la había dado música, y tan amorosos y encendidos versos la había cantado, viniese a dormirse como si ningún cuidado le inquietase y como hubiera podido dormirse en su casa: a lo que él respondió mirándola amorosísimamente, que tantas noches había pasado en vela atormentado por sus amores, y tan desesperado y triste, que no había que admirarse de que, cuando al fin lucía para su amor el sol de la esperanza, descansado hubiese en alguna manera de su trabajo.

Tenían para ella aquellas incógnitas frases latinas un sentido claro: no entendía las palabras; pero harto se le alcanzaba que eran lamentos, amenazas, quejas, y a trechos suspiros de amor muy tiernos y encendidos.

Los chinos no caían sin defenderse, luchando desesperadamente a puñetazos y puntapiés y golpeando a los caníbales con las espumaderas, los arpones, los cuchillos y hasta con troncos encendidos que sacaban de las fornallas. Trataban a toda costa de llegar a la playa y ganar las chalupas, donde les esperaban el Capitán y sus compañeros.

Pasaban los postes telegráficos como pinceladas amarillas sobre el fondo negro de la noche, y en los ribazos brillaban un instante, cual enormes luciérnagas, los carbones encendidos que arrojaba la locomotora. El pobre hombre estaba intranquilo, como si le extrañase que le dejara permanecer en aquel sitio. Le di un cigarro, y poco a poco fue hablando.

Así eran las dos jóvenes que, inclinadas sobre el mismo bastidor, hacían surgir sobre el lienzo un ramo de flores en el cual, fieles a su temperamento, ponía la una lirios y jacintos de suave blancura, mientras la otra lo adornaba con claveles y tulipanes que le prestaban animación con sus encendidos tonos.