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Esto era verdad, porque despedían ese tufillo de los embalajes asiáticos, mezcla de sándalo y de resinas exóticas que nos trae a la mente los misterios budistas. Más adelante pudo la niña apreciar la belleza y variedad de los abanicos que había en la casa, y que eran una de las principales riquezas de ella.

Al mover sus manos, brillaban con mágico resplandor piedras de todos colores engastadas en las sortijas de extrañas formas que llenaban sus dedos. En los frescos antebrazos tintineaban pulseras de oro, unas de filigrana oriental, con misteriosas inscripciones, otras macizas, de las que pendían amuletos y figurillas exóticas, como recuerdos de lejanos viajes.

Tire la primera piedra contra la culpada quien se considere inocente. Profundas raíces tiene en nuestro suelo el árbol de nuestra antiquísima y castiza cultura. Las semillas exóticas, aunque sean alimenticias y gustosas, y la mala hierba también venida de fuera, no ahogan dicho árbol, ni cercándole y abrasándole le secan y le chupan el jugo todavía; pero ya empiezan a deteriorarle un poco.

Pero estas aficiones, al ser trasmitidas, sufrieron alguna modificación, como sucede casi siempre en tales casos. D.ª Rosario alimentaba su inclinación á las flores regando los crecidos y frescos claveles y geranios de sus tiestos. Octavio desdeñaba estas flores por vulgares y mentaba á menudo en su discurso otras exóticas, totalmente desconocidas para los habitantes de la villa.

En las embarcaciones menores había mercaderes que, puestos de pie y agitados como polichinelas por las ondulaciones de la bahía, regateaban sus telas exóticas con la muchedumbre de tercera clase amontonada en las bordas a proa y a popa.

La vida errante del piloto Ferragut abundó en dramáticas aventuras. Algunas quedaron vivas para siempre en su memoria, donde empezaban á confundirse tantos recuerdos de tierras exóticas y mares interminables. En Glásgow se embarcó como segando de una fragata vieja que iba á Chile para descargar carbón en Valparaíso y cargar salitre en Iquique.

Algunas mañanas, cuando el tibio calor primaveral parecía reconcentrarse en la gran estufa de cristales que, poblada de plantas raras y hojarascas exóticas, se alzaba en el jardín, Josefina y Lázaro se encontraban en ella, fijándose la niña en las camelias que podría cortar para lucirlas a la noche, pensativo el clérigo en sus cavilaciones o abandonado a sus rezos.

Las camelias rodaban por el suelo sirviendo de alfombra en la antesala y los corredores. Centenares de plantas, casi todas exóticas, adornaban aquélla, el vestíbulo y los dos salones de baile. Legiones de criados con calzón corto y vistosas casacas aguardaban apostados estratégicamente en todos los puntos necesarios.

Al calentarse, la piedra preciosa se convertía en imán. Un pedazo de papel colocado á unos cuantos centímetros lo atraía con irresistible revoloteo. A continuación frotaba una de aquellas joyas exóticas y falsas con gruesos vidrios tallados, y el pedacito de papel quedaba inmóvil, sin estremecerse bajo los efectos de la atracción.

No quiso Dios, sin embargo, que acabase de manera tan prosaica criatura tan ideal; a la mitad de una gran galería, adornada con plantas exóticas, jaulas de pájaros y curiosidades de todos géneros, salió al encuentro de Villamelón el gran perro de Kamschatka, meneando cariñosamente la cola, y de repente, cual si resonasen en sus oídos aquellos acentos de Otelo: ...a compir la vendetta il ciel me invita,