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Eso tiene una explicación muy sencilla: consiste en que el conde de Ríos es más animal que él. Los redactores se miraron consternados, y sin decir otra palabra, bajaron la cabeza y continuaron escribiendo. Oyes, Perico le decía otra vez, me parece que esa levita es muy corta. Los compañeros se rieron porque estaba muy lejos de ser cierto. Es bastante larga contestó Mendoza un poco amostazado.

¿Qué estás diciendo? Lo que oyes. Ya lo sabía; pero a me hacía falta oírlo de tus propios labios. Pues no lo oirás. Ya lo he oído. Por Dios, disimula. Ahora, Gabriel, alza la vista y di: «¡Qué terrible grieta se ha abierto en el techo!». ¿Con que no te quiero yo? ¿Sabes que no lo había advertido? Y en tanto tiempo ¿qué has hecho ? ¿Has estado en el sitio de Zaragoza?

Una tarde, Julia se hallaba, como de costumbre, cosiendo al lado de la cama del enfermo; el cual dormía. Oyes, Julia dijo de pronto despertándose. ¿Quieres hacerme un favor? ¿Cuál? Léeme otra vez la carta de Maximina..... El día aquel no estaba yo para enterarme de nada..... Julia sonrió con semblante triunfal.

Ya lo oyes, Amaury: bailaremos el próximo vals. Pero recuerda, Magdalena repuso Amaury, gozoso y turbado a un tiempo, que precisamente ése es el vals que debía bailar con Antoñita... Magdalena volvió vivamente la cabeza y sin pronunciar palabra interrogó a su prima con una muda mirada.

Después, levantándose, añadió, volviendo a tomar su aspecto solemne: Hullin, ésta es mi primera petición; volveré a hacerla dos veces..., ¿lo oyes?..., dos veces. Y si persistes en tu obstinación..., ¡que la desgracia caiga sobre ti y sobre tu raza! ¡Cómo! ¿No quieres comerte la sopa? No, no aulló el loco ; no aceptaré nada tuyo hasta que no hayas consentido...; nada, nada.

Pero advierte que esas figuras que semejan hombres, y que ves bullir, empujarse, oprimirse, retorcerse, cruzarse y sobreponerse, formando grupos de vida como los gusanos producidos por un queso de Roquefort, no son hombres tales, sino palabras. ¿No oyes el ruido que se exhala de ellos? ¡Ah!

No, no; es á ti á quien han llamado. Demetria, Demetria dijo la voz de afuera. ¿Lo oyes?... Abre, hija mía, abre á ese galán, que acaso venga de lejos y tenga necesidad de descansar un rato manifestó la madre rebosando de orgullo. Yo no abro, madre. El que está ahí afuera sin duda quiere reirse de porque soy niña.

En algunas de estas extrañas crisis don Manuel tomaba entre sus manos ardientes la cabeza gentil de la niña y, mirando en éxtasis sus ojos garzos y profundos, le había dicho con fervor: Llámame padre..., ¿oyes?... llámame padre. La niña, trémula, decía que .

Me lo temo, Cornelio respondió el Capitán, que miraba con atención aquel fuego. ¿Dirigida a quién? Sin duda a alguna tribu. Y ¿no será a nuestro prisionero? Ellos tal vez ignoran que está en nuestras manos. Tu idea no me parece infundada. ¿Se dispondrán a atacarnos? ¡Quién sabe! ¿Oyes algo? No, tío. ¿Tienes miedo? ¿Miedo?... ¡No, tío!... Toma el fusil, y vamos a ver. ¿Vas a ir hasta allí?

No, no se lo diré, porque se moriría... felizmente, nada le pedí a Gregoria, nada, pero, aun así, ha sido humillante mi visita... ¿qué no haría yo por salvar a Quilito? ¡y si no se logra tapar la boca al portugués, no le salvaremos, no! ¿Cómo he de estar yo tranquila, si que la honra de nuestro apellido anda en juego? ¡Madre mía, aunque te halles ausente ahora, me oyes, no nos desampares!