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Actualizado: 10 de julio de 2025
Oyes, chica, ¿qué es lo que tienes? ¿Te dura todavía el enfado? ¿A mí? ¡Ca! Yo no puedo enfadarme contigo. Estas palabras parecían un testimonio de cariño y confianza. Sin embargo, las pronunció en un tono tan extraño, que la Amparo se la quedó mirando fijamente antes de replicar.
Oyes susurrar el aura entre las flores, no sabes si gime ó si rie; así son mis suspiros. Oyes cantar al pájaro entre sus dorados alambres, no sabes si está alegre ó si llora; así es mi canto. Tu esposo es fiel sin embargo al mandamiento del profeta, y no te niega su cariñoso homenage, ¿para qué quieres la libertad?
¿No oyes? dijo la Nela de improviso, demostrando interés por cosa muy distinta de lo que su amigo decía. ¿Qué? Aquí dentro.... ¡La Trascava!... está hablando. ¡Supersticiosa! El agua no habla, querida Nela. ¿Qué lenguaje ha de saber un chorro de agua? Sólo hay dos cosas que hablan, chiquilla mía; esas dos cosas son la lengua y la conciencia.
Si habéis venido con intención de correr algunas huelgas a mi costa, podéis esperar sentados, porque no veréis un cuarto. ¿Es de veras eso, señor? ¡Y tan de veras! Ya lo oyes, Fabriciano. El padre no quiere entregar lo que es nuestro. ¿Qué debemos hacer nosotros?
»Ya lo oyes la dije, acercando más todavía mi cara a la, suya , y si he de volver pronto... Conque ánimo, que Dios, aunque aprieta, nunca ahoga... En cuanto vuelva, dentro de una hora lo más, te informaré de todo lo que me haya ocurrido... Será bueno para ti..., para las dos, no lo dudes.
Y en voz queda, con acento de religioso terror: ¿Tú no tienes miedo a condenarte? Pues si mueres así... más fijo que la luz, te condenas. Y si viene la federal... que Dios la traiga y la Virgen Santísima... te mato, ¿oyes?, para que vayas más pronto al infierno.
Entonces Azorín, que sabe que los músculos son los primeros en morir y que cuando ha muerto el corazón y han muerto los pulmones todavía los sentidos perciben en aterradora inmovilidad; entonces Azorín se ha inclinado sobre Verdú y ha pronunciado con voz lenta y sonora: ¡Maestro, maestro; si me oyes aún, yo te deseo la paz!
A su cabecera tiene a un hombre bien vestido, un bastón en una mano, una receta en la otra: o la tomas, o te pego. Aquí tienes la salud, parece decirle, yo sano los males, yo los conozco; observa con qué seriedad lo dice; parece que lo cree él mismo; parece perdonarle la vida que se le escapa ya al infeliz. No hay cuidado, sale diciendo; ya sube en su bombé; ¿oyes el chasquido del látigo? Sí.
Sí, escápate, escápate... murmuró . Ahora bien te escapas.... Ya bajarás la soberbia cuando yo te haga falta... ¿oyes, Amparo? Cuando necesitáis a la señora Pepa, venís como corderitos.... ¡Quién te verá aquel día!, ¿eh? Dios delante, señora Pepa contestó altiva y picada Amparo , otras la llamarán más pronto, señora. ¡Sí, sí... echar por la boca!
Palabra del Dia
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