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Yo no nací para andar por los prados como las vacas. A me gustan las ciudades, los salones, el lujo. Quisiera viajear, como usted dice, por París, por Londres, por Viena. Qué aburrido es Lancia, ¿verdad? ¡Aquellos eternos paseos del Bombé! ¡Aquel campo de San Francisco! ¡Aquella torre de la catedral tan negra y tan triste! Luego siempre las mismas caras.

A ver, chico, saca un bombé nuevo; ¡ahí en el bolsillo de mi chaqueta debo tener uno!

¡Qué musculatura, chico! ¡Qué hombros! Con estos hombros que aquí ves dijo el indiano con orgullo se han ganado muchos miles de pesos. ¿Cómo? ¿Cargando sacos? ¡Sacos! exclamó Granate sonriendo con desprecio. Eso es pa la canalla. ¡Cajas de azúcar como vagones! El Bombé estaba desierto en aquella hora.

Ninguna dama de Lancia cometía la bajeza de presentarse en el Bombé los domingos mientras no estuviesen paseando en él algunas otras de su categoría. Pero esto era de una dificultad insuperable, dada la unanimidad de pareceres.

La misma vida vegetativa, brumosa, soñolienta; las mismas tertulias en las trastiendas libando con deleite la miel de la murmuración. Los apodos soeces pesando siempre como losa de plomo sobre la felicidad de algunas respetables familias. En el Bombé, las tardes de sol, los mismos grupos de clérigos y militares paseando desplegados en ala.

Desde allí exploraban el terreno, observaban «si alguna se había atrevidoPor fin, cuando las sombras comenzaban a espesarse ya en las copas de los añosos robles, a la hora en que la niebla descendía de las montañas apercibida a fijarse en las narices, en la garganta y en los bronquios del honrado vecindario, todas las bellezas indígenas acudían casi en tropel al espacioso paseo. ¡Qué importaba un catarro, un reuma, ni siquiera una pulmonía, ante la deshonra de presentarse las primeras en el Bombé! ¡Ejemplo notable de fortaleza! ¡Caso portentoso del poder que en los pechos elevados ejerce el respeto de mismo!

A su cabecera tiene a un hombre bien vestido, un bastón en una mano, una receta en la otra: o la tomas, o te pego. Aquí tienes la salud, parece decirle, yo sano los males, yo los conozco; observa con qué seriedad lo dice; parece que lo cree él mismo; parece perdonarle la vida que se le escapa ya al infeliz. No hay cuidado, sale diciendo; ya sube en su bombé; ¿oyes el chasquido del látigo? .

En este aprieto pidió auxilio a Manuel Antonio. Se le había metido en la cabeza una broma chistosa, y antes de renunciar a ella consentiría en cualquier alianza. Desengáñate, Santos decía el marica, de acuerdo con Paco, paseando cierta tarde por el Bombé con Granate, , como te has pasado más de la mitad de la vida detrás de un mostrador, no entiendes nada de estos lances.