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Al cabo de un mes de idas y venidas y no pocos trabajos, salió a luz La Abeja, que llevaba entre otros un artículo mío histórico acerca de Felipe II. Este artículo en que se defendía la política del monarca español y se vindicaba su nombre, consiguió llamar la atención de las familias de los redactores y me valió no pocas enhorabuenas.

Lo que acabó de ponerle mal con El Faro y sus redactores, fué cierta gacetilla en que se censuraba al ayuntamiento y al alcalde con alguna dureza, por el lamentable abandono en que tenían los servicios de policía urbana, y lo poco que trabajaban por hacer agradable la temporada de verano «a los distinguidos escrofulosos que acudían a la playa de Sarrió en busca de salud».

A eso de las diez almorzó en una taberna jamón con tomate, que estaba muy rico, y después había comprado un periódico y leído la mitad de él, indignándose con todas las picardías que denunciaba, y participando de la noble ira de sus redactores contra el Gobierno. Más tarde paseó por la Carrera para ver la gente y la tropa que de los cuarteles venía.

Allí tuvo que habérselas mi amigo con el mismísimo Voltaire. El célebre escritor no tardó en acudir al llamado de la pitonisa, y ésta escribió bajo la influencia del evocado espíritu, en castellano de gacetilla, y en estilo difuso y pesado, semejante al de los redactores de «La Nueva Revelación», no cuántas perrerías luteranas, contra la confesión auricular.

Cuando entrábamos en los cafés, y colgadas del armario del expendedor de periódicos contemplábamos unas cuantas Abejas, con su viñeta en madera henchida de alusiones simbólicas, un gozo inexplicable nos inundaba, inflábase nuestro ser moral y físico, y sonreíamos desdeñosamente al vulgo que nos rodeaba; nos parecía imposible que los concurrentes hablasen de otra cosa que no fuese La Abeja, y no adivinasen que tenían la honra de hallarse cerca de sus redactores.

Llegó un punto, no obstante, en que la discusión se fue agriando en términos que aparecieron en el diario moderado algunos insultos velados contra el inspirador y los redactores de La Independencia.

Y por fin, porque las señoritas norteamericanas, perderían aquí un importante mercado... ¡Esta Marieta es asombrosa! ¿Por qué no escribes en la Vida Parisiense? Por no oscurecer á los redactores. ¡De modo que Sorege se casa? continuó Tragomer, que no quería que se extraviase la conversación. Eso se dice por ahí, hace algún tiempo. ¿Y con quién?

El profesor odiaba por igual á los dos periódicos y á las demás publicaciones, que enviaban sus redactores detrás de él como si fuesen perros perseguidores de un ciervo asustado.

Una vez resuelto que me ejecutarían al día siguiente, la única idea que se apoderó de fue la de morir con serenidad y entereza; y en efecto, demostré, al decir de todos los que me rodeaban, un gran carácter durante las horas de la capilla. Comí y dormí tranquilamente, y pasé algunos ratos departiendo con los redactores de La Correspondencia.

El sastre Balmisa, el director y redactores de La Aurora, y demás correligionarios pertenecientes a la clase media baja intelectual, tomaban a broma a Belarmino y le calificaban de chiflado. El clero y las familias piadosas le reputaban como un loco, aunque generalmente inofensivo, en ocasiones peligrosísimo y de más cuidado que todos los otros republicanotes.