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¡Jesús, Arias, oléis a carbón de piedra! Rafael, mira que cuando hablas, tienes dejo. Arias, se os ha pegado el desgavilo. Arias, te vas volviendo rubio. Rafael, cántale al barón: Cuando el rey de Francia toca el violín, dicen los franceses , , , , . Arias dijo Polo , parecéis un oso en medio de un enjambre de abejas.

y mis labios hundía en tus cabellos, y, loco de pasión, dejaba en ellos un enjambre de abejas osculares. Poeta ruiseñor: en las difusas alegorías tuyas misteriosas, hay un aletear de mariposas y la atracción de estrofas inconclusas. Exquisito cantor: en las profusas bellezas exquisitas de tus glosas como en un lecho de fragantes rosas se extenuan de amor las nueve musas.

Y como de diversas yerbas por fuerza de alambique se destila y saca tal agua, que es poderosa á curar y sanar una mortal llaga; y como de diversas flores van las abejas chupando la miel; así de las relaciones tan puntuales que tienen estos padres, de todos los intereses de príncipes y de todos los accidentes que suceden en cualquiera estado, sacan ellos con la fuerza del discurso su propio interés para sanar la llaga casi incurable del deseo de engrandecerse, y sacan una cierta ciencia de su aprovechamiento propio, con que tanto del bien de este, como del mal del otro y mas de ordinario del mal que del bien, consiguen su intento y pretension.

Respondióle uno de los filósofos que bien podia creer, sin que le quedase duda, que habia seres inteligentes mucho mas chicos que el hombre, y le contó, no las fábulas que nos ha dexado Virgilio sobre las abejas, sino lo que Swammerdam ha descubierto, y lo que ha disecado Reaumur.

Así se que los castores, las hormigas y las abejas fabrican sus casas, hacen sus provisiones, trazan sus exágonos y destilan la miel lo mismo hoy que al principio del mundo, lo mismo mañana que hoy, sin dar un paso adelante. ¿Por qué? Porque les falta la poesía que satisface á la aspiracion de lo mejor, de lo ideal, que es el resorte poderoso de la perfectibilidad humana.

Zumbaban las abejas que en los huecos de añosos árboles labraban sus panales. Las libélulas y las mariposas de los más nítidos colores y variados matices poblaban y esmaltaban el ambiente.

En vuelta de su baño, el perro se sentaba de nuevo, viendo aumentar poco a poco el viento, mientras el termómetro, refrescado a 15 al amanecer, llegaba a 41 a las dos de la tarde. La sequedad del aire llevaba a beber al fox-terrier cada media hora, debiendo entonces luchar con las avispas y abejas que invadían los baldes, muertas de sed.

Pues á fe que si cruzas el mar los verás más numerosos que abejas en la colmena. Hoy no podrías disparar una flecha en las calles de Burdeos sin ensartar arquero, paje, caballero ó escudero de uno ú otro bando. Y no de los que estilamos por aquí, con justillo y manto, sino con cota de malla ó coraza.

Cerca está la historia entera del cultivo del campo, en modelos de realce, y en cuadros y libros; y un pabellón de arados de acero relucientes; y una colmena de abejas de miel, junto al moral de hoja velluda en que se cría el gusano de seda; y los semilleros de peces, que nacen de los huevos presos en cajones de agua, y luego salen a crecer a miles por la mar y los ríos Los más admirados son los que vienen de ver las cuarenta y tres Habitaciones del Hombre.

Pálido y frío estaba en su cama de randas y colgaduras el emperador, y los mandarines todos lo daban por muerto, y se pasaban el día dando las tres vueltas con los brazos abiertos, delante del que debía subir al trono. Comían muchas naranjas, y bebían con limón. En los corredores habían puesto tapices, para que no sonara el paso. No se oía en el palacio sino un ruido de abejas.