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Prometía la cena del miércoles ser muy divertida, amenizándola con sus chistes un criado muy gracioso que tenía don Andrés y que hacía en todas las procesiones el papel de Longino, soldado fanfarrón y galante antes de dar la sacrílega lanzada y ciego después, que persigue al lazarillo, el cual se le escapa y le hace en las procesiones mil burlas y perrerías.

Allí tuvo que habérselas mi amigo con el mismísimo Voltaire. El célebre escritor no tardó en acudir al llamado de la pitonisa, y ésta escribió bajo la influencia del evocado espíritu, en castellano de gacetilla, y en estilo difuso y pesado, semejante al de los redactores de «La Nueva Revelación», no cuántas perrerías luteranas, contra la confesión auricular.

Cuando para hacer rabiar a Pancha le hablo de esto, gruñe no qué perrerías, y dice: «¿Casarse la niña? ¡Dios nos ampare! ¡Si no hay gandul que se la merezca!...» ¿ qué dices de eso? Pues yo digo, replicó Angelina con viveza, ¡que lo que señora Francisca quiere, es que su Linilla se quede para vestir santos! Reía el señor cura y reíamos todos.

Si se castigara a los seductores y a los petimetres... la sociedad...». Papitos dormía como un ángel, apoyada la mejilla sobre el brazo tieso, y conservando en la mano de él la media, por cuyos agujeros asomaban los dedos. Dormía con plácido reposo, la cara seria, como si aprobase inconscientemente las perrerías que el otro decía de los seductores, y aprovechara la lección para cuando le tocara.

Cuando, por haberse bajado la graciosa morenita, se distrajo la atención de los concurrentes y se diseminaron otra vez, la esposa de Pepe de Chiclana llevó al majo á un rincón y tuvo á bien darle una satisfacción de las injurias que le había dicho el día anterior. Ayer estaba un poco sofocá, ¿sabes? Te habré dicho las mil perrerías: que eras esto y lo otro... No me acuerdo.

Sus relaciones parecía que eran las mismas; reuníanse en el club diariamente, paseaban a menudo juntos, iban a cazar al Pardo como antes. En el fondo, sin embargo, se aborrecían ya cordialmente. Por detrás decían perrerías el uno del otro; Cobo con más gracia, por supuesto, que Ramoncito, porque le tenía, fundada o infundadamente, un desprecio verdadero.

Obdulia, con ocasión o sin ella, visitaba a su confesor, vigilaba su bienestar doméstico, unas veces arreglándole la ropa, otras enviándole algún plato de su gusto, etc. Esto indignaba de un modo indecible a D.ª Josefa. La odiaba a par de muerte. Decía de ella perrerías en todas partes, y por causarle daño, estuvo a punto de comprometer varias veces a su amo.

Razonando filosóficamente, pensó que era tontuna perderse un hombre por perrerías de una mala pécora; que de hembras está más poblado este pícaro mundo, y que como dijo no quién, las mujeres son como las ranas, que por una que zambulle salen cuatro a flor de agua.

Villaverde se dividió en dos bandos; «villaverdinos» el uno, «vilaverdino» el otro, y se armó la de Dios es Cristo. El dómine y el abogado se dijeron mil perrerías; el periodista se metió en cabaña, y la budística ciudad estuvo mucho tiempo entretenida con la polémica. Por fin, el Gobierno del Estado puso término a las disputas. Expidió una circular que cayó como bomba en Villaverde.

Ciertos canónigos jóvenes hablaron de los mercaderes del templo; ya sabes quiénes eran: unos judíos a los que corrió el Señor con la cuerda en la mano por no qué perrerías; otros más viejos alegaron que la catedral había tenido abiertas sus maravillas a todos durante siglos, y así había de seguir.