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¡Ya lo creo, como que sólo eres el inteligente! exclamó vivamente el concejal . Mira, Cobo, aquí el general puede hablar porque tiene motivo, ¿estamos?... pero debes callarte porque me gastas una oreja como la de una cocinera. Pero hombre, ¿por qué se picará tanto Ramoncito, en cuanto usted le dice algo? preguntó el general riendo.

Cobo se hizo afectadamente el distraído. ¿Os ha pasado ya la berrenchina? siguió la viuda dirigiéndose a sus hijos . ¿Cuánto durarán las paces?... ¡Jesús, qué criaturas tan picoteras!... Mirad, yo no voy a vuestra casa porque cuando os encuentro con morro me apetece tomar la escoba y romperla en las costillas de los dos.... Los tertulios se volvieron hacia los jóvenes esposos sonriendo.

Luego, en las reconciliaciones, eran extremosos. ¿Sabe usted, Pepa, que no quisiera estar yo allí en el momento de la reconciliación? dijo Cobo haciendo alarde nuevamente de su malignidad brutal. Tampoco yo, hijo respondió, dando un suspiro de resignación que hizo reir . Pero ¡qué quiere usted!

También a ... pero después que pasa la reconciliación respondió Pepa, cambiando miradas risueñas con Cobo Ramírez y Pinedo. ¡De qué buena gana me reconciliaría yo con usted, Mariana, del mismo modo que esos chicos! dijo en voz muy baja el almibarado general Patiño, aprovechando el momento en que la esposa de Calderón se inclinó para hurgar el fuego con un hierro niquelado.

No diga usted que el dúo ha estado mal. ¡Vaya si lo digo! Pues, señor, entonces declaro que no entiendo una palabra porque me ha parecido sublime replicó el joven con señales de hallarse picado. Esa declaración te honra, Ramón. Sabes hacerte justicia dijo Cobo Ramírez, que no perdía ocasión de vejar a su amigo y rival.

Se entabló una disputa animada, violenta, entre ambos. Cobo se mantuvo en sus trece sosteniendo con brío que no había tal azorar, que a nadie se lo había oído en su vida y eso que estaba harto de hablar con personas ilustradas. El joven y perfumado concejal le respondía brevemente sin abandonar la sonrisilla impertinente, seguro de su triunfo.

Una de las cosas que más alegría les causó fué la aparición de Cobo Ramírez en la ventanilla con la gorra galoneada de un empleado exigiéndoles el billete. Cobo estaba en el otro salón y había venido por el estribo, arriesgándose un poco, pues el tren llevaba extraordinaria velocidad. Se le acogió con aplausos. Las chicas enviaron recaditos a sus vecinas las del otro coche.

Pues yo, Pepa, quisiera que fuese usted mi suegra dijo Cobo, mirándola a los ojos codiciosamente. Bueno, se lo diré a mi hija, para que se lo agradezca. ¡No, si no es por su hija!... Es porque ... me gustaría que usted se metiese en mis cosas. ¡Bah, bah! déjese usted de músicas replicó la de Frías medio enojada.

Ambos se sentaron a su lado y la atosigaron a requiebros y atenciones. El uno le pedía el abanico, el otro el pañuelo. Los dos procuraban atraer su atención sacando conversaciones divertidas, lisonjeando su orgullo por todos los medios que podían. En honor de la verdad hay que confesar que, aunque Ramoncito era mucho más profundo y político, la conversación de Cobo era más amena.

Sus relaciones parecía que eran las mismas; reuníanse en el club diariamente, paseaban a menudo juntos, iban a cazar al Pardo como antes. En el fondo, sin embargo, se aborrecían ya cordialmente. Por detrás decían perrerías el uno del otro; Cobo con más gracia, por supuesto, que Ramoncito, porque le tenía, fundada o infundadamente, un desprecio verdadero.