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Los avisos anunciaban que el miércoles 18 de mayo de 1881, a la 1 p. m. tendría lugar, en la sala de audiencia del Tribunal civil de Souvigny, la venta del dominio de Longueval, dividido en cuatro lotes: 1.º El castillo de Longueval y sus dependencias, lindos estanques, vastos canales, parque de ciento cincuenta hectáreas, todo cercado de pared y atravesado por el río Lizotte.

¿Has olvidado el ya? ¡Tanto tiempo se pasó! Tienes razón... Pero mira cómo yo no lo he olvidado. El miércoles le vi... te vi en la carretera de Nieva... Ibas en un caballo blanco... Era una yegua. Creí que te tiraba. ¡Tirarme! exclamó Pablito frunciendo el entrecejo. ¡Afloja un poco, chica! A no me tira tan fácilmente una jaca.

Mi hijo Alfonso está conmigo; el miércoles 10 del mes corriente llegó aquí, acompañado de su esposa, su madre política y su encantadora pequeñuela, rebosando todos salud y alegría. ¡Gracias mil sean dadas a Dios! Alfonso está, sin embargo, muy flaco, y esto me mortifica, pero es preciso que me acostumbre a ello.

Hecho lo cual entre siete y ocho de la tarde marchaba dignamente la elegante sociedad a prepararse con recogimiento para los emparedados y las tonterías de los miércoles de otra no menos amable señora. La institución de estos martes, por venerable que fuese, no había encontrado eco simpático en el corazón de Reynoso.

Oye y ¿qué explicó ayer el catedrático? preguntó cambiando de conversacion. Ayer no hubo clase. ¡Ojó! ¿Y antes de ayer? ¡Hombre, jueves! Es verdad ¡qué bruto soy! Sabes, Plácido, ¿que me voy volviendo bruto? Y ¿el miércoles? ¿El miércoles? Aguarda... el miércoles lloviznó. ¡Magnífico! ¿y el martes, chico?

El Miércoles Santo enviole su tía con un recado a casa de Samaniego, y después de estarse allí gran rato, oyendo tocar la pieza, notó que doña Casta hablaba muy vivamente con Aurora. «Vaya, hija, que hoy nos has dado un buen plantón. ¡Tres horas esperándote!... ¿A qué tienes que ir hoy al obrador, si hoy no se trabaja?... Lo mismo que el Domingo de Ramos... Toda la tarde en el obrador, y luego viene Pepe y me dice que ni has aparecido por allí ni ese es el camino. ¿En dónde estuviste? ¡En casa de las de Reoyos! ¿Y qué hacías tantas horas en casa de las de Reoyos?

Señores dijo el notario interrumpiéndose, ya es muy tarde y yo tengo la costumbre de madrugar; si me lo permiten ustedes, dejaremos para pasado mañana la conclusión de mi relato. El miércoles siguiente, era día de función en la Opera, y nos encontrábamos todos en la orquesta, exactos a la cita, y el notario no llegaba.

De esta suerte terminan con el regocijo de la resurrección del Señor las interesantes fiestas de Semana Santa. Todo estaba revuelto aquel día en la parte baja de la casa del cacique. Se entregaba la gente a diversos trabajos para preparar una gran fiesta que había de realizarse al otro día, Miércoles Santo.

El martes 15 se pusieron nord-sur con el cabo de Santa Elena, que está á la banda del norte de la bahia de los Camarones, en 44 grados y 30 minutos de latitud: la tierra de él es por la mayor parte baja, solamente se ven algunos mogotes que sobresalen algo, y al que viniere de lejos parecerán islas. El miércoles 16, por la noche, refrescó el viento demasiado, y causó grande marejada.

No las llevaba siempre puestas, colocándoselas tan sólo en su despacho, o en casa de sus clientes, cuando tenía que leer alguna escritura. No es necesario decir que los lunes, miércoles y viernes, al entrar en el templo de la danza, tenía muy buen cuidado de desenmascarar sus bellos ojos. Ningún cristal bicóncavo velaba en semejantes ocasiones, el brillo encantador de sus pupilas.