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No quiero dejar de apuntarlo, aunque me cueste trabajo. Tendré siempre á la vista la historia exacta de mi vida. Hemos estado en el monte á cazar. Salimos á las cinco y media de la mañana y regresamos á las siete de la tarde. El conde se empeña en que ella cace también: ¡y por qué sitios! Por mucho que la imaginación trabaje, es imposible que se forje nada tan fragoso y espantable.

Esa es una falta de cortesía. ¡Bien... mejor!... Y , que eres una chica amable y bien educada, no serás capaz de cometerla; estoy seguro de ello. ¡Qué pez me ha salido usted! dijo ella clavándole una mirada entre respetuosa y burlona. No por qué dices eso repuso él con fatuidad. Vamos, déjeme en paz y váyase a cazar. Y al decir esto, fuese a sentar un poco más lejos.

Era el capitán Iriondo, vestido con el traje viejo de sus expediciones de caza. Llevaba la escopeta pendiente del hombro, y el perro, junto á él, husmeaba sus manos. ¿Buscas la bronca, eh?... dijo al médico. vienes porque te gustan estas cosas, y yo me voy por no verlas. Se marchaba á cazar chimbos á cualquier parte: le interesaba huir de Bilbao, no ver lo que seguramente ocurriría.

Pero el joven marqués no entendía lo que aquello significaba, se aburría, y más de una vez se le escapó para preguntar a Narciso Luna si no pensaba ir este año a Álava a cazar codornices y si éstas eran tan gordas como las de Castilla, o bien se acercaba a Clara para decirle que dentro de algunos días esperaba de Londres la carabina que tenía encargada y que era una maravilla, al decir del amigo que allí se la había comprado.

Sus relaciones parecía que eran las mismas; reuníanse en el club diariamente, paseaban a menudo juntos, iban a cazar al Pardo como antes. En el fondo, sin embargo, se aborrecían ya cordialmente. Por detrás decían perrerías el uno del otro; Cobo con más gracia, por supuesto, que Ramoncito, porque le tenía, fundada o infundadamente, un desprecio verdadero.

Un día estaba el hombre muy molesto por no poder cazar una pulga que atrozmente le picaba, burlándose de él con audacia insolente, cuando... no es broma... se le aparecieron dos ángeles. «¿Pero ves algo, Almudena? le preguntó Cuarto e kilo. Ver burtos ellos». Explicó que distinguía las masas de obscuridad en medio de la luz: esto por lo tocante a las cosas del mundo de acá.

Los que han leido la primera parte de esta historia, se acordarán tal vez de un viejo leñador que vivía allá en el fondo de un bosque. Tandang Selo vive todavía y aunque sus cabellos se han vuelto todos canos, conserva no obstante su buena salud. Ya no va á cazar ni á cortar árboles; como ha mejorado de fortuna solo se dedica á hacer escobas.

A fuerza de guardar sus sueldos, limpiar las alcancías cuando podía y desplegar toda su astucia para cazar propinas y estipendios, había llegado a juntarse sus buenos cincuenta y cinco mil pesos de la antigua moneda, los cuales, en billetes del Banco de la Provincia, dormían tranquilos en el fondo del inmenso baúl que lo acompañaba desde su tierra.

Estos indígenas se ocupan tambien en la pesca de sábalos y de bagres que abundan en el rio Tuyche, así como en cazar los innumerables pájaros, los monos de diversas especies, los venados, ó mil otros cuadrúpedos que andan errantes por los bosques.

Facundo se detuvo en Pavón a ponerse de acuerdo con los demás jefes. Los tres más famosos caudillos están reunidos en la pampa: López, el discípulo y sucesor inmediato de Artigas; Facundo, el bárbaro del interior, y Rosas, el lobezno que se está criando aún y que ya está en vísperas de lanzarse a cazar de su propia cuenta.