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Allí tuvo que habérselas mi amigo con el mismísimo Voltaire. El célebre escritor no tardó en acudir al llamado de la pitonisa, y ésta escribió bajo la influencia del evocado espíritu, en castellano de gacetilla, y en estilo difuso y pesado, semejante al de los redactores de «La Nueva Revelación», no cuántas perrerías luteranas, contra la confesión auricular.

¿Y todo para qué? exclamaba con gesto de pitonisa descreída ¡No puedes con la comida de casa, y querías ir de fonda! Lo que más hirió la delicadeza de su amor fue que un día, aludiendo a Mariquita, dijese: ¡Si fuera una persona decente! ¡Pero una sacadineros y desbaratacamas!

Espíritu invisible, que enajenas Las potencias del alma, y con cadenas Atas la voluntad: que gobiernas la imantada barra Cuando el manto del cielo se desgarra: Ven á ensayar aquí tu potestad. Y , mujer, bañada en mi creencia, Recibe en tu alma su impalpable esencia Cual vaso de eleccion: de la verdad sacerdotiza, Y ciñe como nueva pitonisa La aurëola que la inspiracion.

«Esto no se puede sufrir dijo Doña Francisca . Por último, llevarán a los paisanos, y si se les antoja, también a las mujeres... Señor prosiguió mirando al Cielo con ademán de pitonisa , no creo ofenderte si digo que maldito sea el que inventó los barcos, maldito el mar en que navegan, y más maldito el que hizo el primer cañón para dar esos estampidos que la vuelven a una loca, y para matar a tantos pobrecitos que no han hecho ningún daño».

El cual era en extremo pesado, y tenía un mirar tan parecido á la estupefacción inalterable de las estatuas, que al verle y oirle venían á la memoría los solemnes discursos de las esfinges ó los augurios de cualquier oráculo ó pitonisa.

Padre e hijo se consideraban incapaces de pensar en las respectivas materias sin la ayuda de su Pitonisa. Aquí estaba el secreto de la política de Vegallana, conocido por pocos. Los más, al salir de una junta del «Salón de Antigüedades», solían exclamar: ¡Qué cabeza la de este Marqués! Nació para amaños electorales, para manejar pueblos. No, y los años no le rinden; siempre es el mismo.

Don Benito procuraba, sin embargo, inútilmente, abrir temas de conversación, pero todo era en vano, la tentativa no prendía. Mi tía Medea volvía a sus imprecaciones, lanzaba un reto furibundo a sus rivales, las apostrofaba en mil formas y levantando el puño cerrado, les juraba venganza como una pitonisa poseída por la cólera divina. Terminábamos la comida e iban a servir el café.

Echóle en cara su mala fe, las contradicciones de sus escritos y su desprecio para con la nación francesa; citó textos del mismo Voltaire que decían de la confesión cosas muy distintas de las que ahora repetía, y acabó, con grandísimo escándalo de los sectarios, por negar que fuese Voltaire quien hablaba por boca de la pitonisa. ¡No! exclamó. ¡Voltaire era un gran escritor! ¡Cómo pocos!