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Los filósofos habláron todos á la par, como ántes, pero todos fuéron de distinto parecer. Citó el mas anciano á Aristóteles, otro pronunció el nombre de Descartes, este el de Malebranche, aquel el de Leibnitz, y el de Locke otro.

Y cuando, después de seguirla a ella y su tía, supo que era Carmen, la compañera de su infancia, sintiose admirado y confuso por la maravillosa transformación de la negra lagartija de otros tiempos. Fueron novios, y todos los vecinos hablaron de estas relaciones, viendo en ellas un nuevo halago para el barrio.

Don Saturno se apresuró a despedirse. De sus mejillas brotaba fuego. Iba a cuerpo y tenía mucho frío. El viento caliente le sabía a cierzo. ¡Temo una pulmonía! dijo, mientras escapaba abrochándose la levita por la cintura. Necesitaba saborear a solas las emociones de aquella tarde. «Amaba y creía ser amado». Aquella tarde hablaron la Regenta y el Magistral en el paseo.

Era un aliento vivo y poderoso que ensanchaba su corazón y lo inundaba de sentimientos vagos y sublimes. Ni uno ni otro hablaron. Gozaban contemplando la majestad y grandeza del océano con un sentimiento humilde de su pequeñez y con vago deseo de participar de su fuerza sagrada e inmortal.

10 Entonces los jóvenes que se habían criado con él, le hablaron, diciendo: Así dirás al pueblo que te ha hablado diciendo, tu padre agravó nuestro yugo, mas descárganos. 11 Así que, mi padre os cargó de grave yugo, y yo añadiré a vuestro yugo; mi padre os castigó con azotes, y yo con escorpiones.

32 Y le hablaron la Palabra del Señor, y a todos los que estaban en su casa. 34 Y llevándolos a su casa, les puso la mesa; y se gozó de que con toda su casa había creído a Dios. No, de cierto, sino vengan ellos y sáquennos. 38 Y los alguaciles volvieron a decir a los magistrados estas palabras; y tuvieron miedo, oído que eran romanos.

Siempre que el doctor trataba de excusar a Magdalena, Antoñita sonriendo hacíale callar en el acto. Acercábase ya a todo esto la noche del baile. El día anterior las dos jóvenes hablaron mucho de los trajes que habían de lucir, y con asombro de Amaury, Magdalena pareció preocuparse bastante menos del suyo que del de su prima.

Vais á entrar en el alcázar y á hacer de modo que doña Clara Soldevilla reciba esta orden sin que pueda saber de dónde viene. ¡Cómo! ¡Lo quiero! Haces mal. Lo quiero. ¡Y cuenta con que doña Clara pueda ni aun por indicios sospechar! ¡Haces mal! repitió el bufón, y tomó la orden y la guardó suspirando. Ni Dorotea ni el bufón hablaron una palabra hasta que la litera llegó á las puertas del alcázar.

Pero no sabes, amigo, que no se trata de aventuras galantes ni de amores a la ligera. Nada de rayos. La que amo es Luciana Grevillois, a la que conozco hace mucho tiempo; desde antes de la muerte de su padre, que falleció de repente, hace tres años, en el Observatorio, cuando estaba estudiando con su telescopio un eclipse de luna. Todos los periódicos hablaron de esto.

Emma y Serafina hablaron algunos minutos solas entre las colgaduras de un balcón, sonriéndose, como acariciándose con ojos y sonrisas; las vio de lejos Bonis, pasó cerca de ellas, y ni una ni otra notaron su presencia; volvió a alejarse y a contemplar su obra desde un rincón.