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Pero como el poeta aceptaba, en broma, aquello mismo que se le censuraba, y, no obstante, proseguía siempre haciendo lo que antes, hubo de provenir esto del conocimiento que tenía de su talento particular para desenvolver estos motivos dramáticos, y de su inventiva inagotable para dar forma é imprimir nuevo colorido á esos materiales uniformes; razón también para que nosotros, recordando la igualdad de los resortes de estas piezas, nos admiremos del arte infinito, con que el autor, del mismo fondo, y de iguales elementos, obtuviese tan extraordinaria variedad de resultados.

Queriendo demostrar la utilidad de su presencia, censuraba los olvidos de Febrer en la noche anterior. ¿A quién podía ocurrírsele asomar la cabeza a la puerta cuando de fuera le estaban aucando con el arma preparada? Por milagro no lo habían matado. ¿Y la lección que él le dio? ¿No recordaba su consejo de bajar por la ventana, a espaldas de la torre, para sorprender al enemigo?...

Como era costumbre en ella, había hecho hablar a los periódicos de Madrid de la huelga de Jerez, ennegreciéndola con sombríos colores, hinchándola, como si fuese una calamidad nacional. Se censuraba a los gobernantes por su abandono, pero con tales arrebatos de urgencia, que no parecía sino que cada rico estaba sitiado en su casa, defendiéndose a tiros contra una muchedumbre famélica y feroz.

La vida había recobrado su curso regular, cicatrizando las heridas, reparando los desastres, amortiguando la amargura de las añoranzas. Ya no se conspiraba, se censuraba apenas; se esperaba. Finalmente, en un ángulo del salón había una mesa de juego para los hijos, y allí cuchicheaba, mientras se barajaban los naipes, el grupo joven, los representantes de lo porvenir, es decir, de lo desconocido.

Censuraba mis cobardías, se indignaba de mis desfallecimientos y me reprochaba las invectivas que me complacía en prodigarme, porque afirmaba que en ellas veía las inquietudes de un espíritu mal equilibrado y más perplejo que equitativo.

A las seis me iba yo a la plaza para oír a la señorita Fernández; pero cuando la discusión se prolongaba hasta las siete, me hacía yo el sueco y me quedaba oyéndola. Un día Quintín estaba de vena. Se hablaba de las costumbres de Villaverde. Porras las censuraba con la mayor acritud; el abogado las defendía, y Linares decía que habían variado mucho, y que él no se explicaba el cambio de ellas.

Aresti no censuraba á las mujeres de su país. Eran como eran, un poco por la frialdad de la raza nada propensa á apasionarse por lo que no tenga un fin inmediato y práctico, y muchísimo más por defecto de educación, porque los mismos hombres las habían acostumbrado al aislamiento, á la separación de sexos, á asociarse las mujeres con las mujeres, no viendo en el hombre más que una máquina de fabricar dinero é hijos. ¿Qué había hecho al casarse Sánchez Morueta?

A los que comían bien, doña Inés los censuraba por su glotonería y despilfarro, y a los que comían poco y mal, los calificaba de miserables, de hambrones y de perecientes. No tardó, por consiguiente, doña Inés en tener noticia de las aficiones de su padre y de sus visitas o tertulias en casa de ambas Juanas.

No se dió vez que hallándose en misa no se hubiera levantado en el instante más crítico y solemne para desperezarse groseramente abriendo una boca horrorosa y echando un palmo de lengua fuera. Hecho lo cual con mucha sangre fría y la cola tiesa, se salía pian pianito del templo. Todo el mundo censuraba fuertemente estos alardes de impiedad.

La mujer del profesor Boehme le censuraba sus juveniles composiciones, las enmendaba y podaba sin piedad, y le convencía al cabo de que eran malas y hacía que él las quemase. ¿Qué poder y que autoridad no debe ejercer una mujer sobre un poeta para obligarle a tamaño sacrificio? Catalina Schönkopf rompió con Goethe, no por la frialdad sino porque la atormentaba con celos.