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Cuéntase en este canto como un indio llamado Obera se intitulaba hijo de Dios, y á un hijo suyo, Papa, y á otro Emperador; y como Garay entró en los Nuaras, y de vuelta rompiò la palizada de Yaguatatì. El abeja convierte, como vemos, Las flores en la miel dulce y sabrosa, Del araña y la vìbora leemos, Que en ponzoña las vuelve ponzoñosa.

Siempre que podía se escapaba de casa; corría sola por los prados, entraba en las cabañas donde la conocían y acariciaban, sobre todo los perros grandes; solía comer con los pastores. Volvía de sus correrías por el campo, como la abeja con el jugo de las flores, con material para su poema. Como Poussin cogía yerbas en los prados para estudiar la naturaleza que trasladaba al lienzo.

Me parece que con ellos abrazaría todo el universo, desde el oriente al ocaso. El pensamiento mío se lanza como una flecha, alto, muy alto, más alto todavía, hasta llegar al abismo de los cielos. Y como la abeja envía su vida en el aguijón que dispara, así yo con mi pensamiento elevo a los cielos todo mi espíritu.

Cuando, hace cien años, se hizo observar á Reaumur que la hembra del gusano de seda podía producir sin auxilio del macho, lo negó, contestando: «La nada, nada produceEl hecho, constantemente negado y probado de continuo, acaba de serlo fijamente y queda admitido, no tan sólo para el gusano de seda, sino para la abeja y para cierta mariposa, y aun para otros animales.

Con igual libertad se usó del informe de Azara, de donde se sacaron párrafos enteros para redactar otro artículo, que se insertó en el número 2 de la Abeja Argentina...! Hubieramos prescindido de apuntar estos hechos si no hubiesemos tenido que justificar el epígrafe de primera edición, con que encabezamos este documento. Buenos-Aires, Octubre de 1837.

Pero nada; ni un solo transeúnte detuvo el paso para decir: «¡Eh, chis, chis, venga La Abeja, muchachoLos chicos corrían, corrían siempre gritando furiosamente, y yo los seguía jadeante: la hoguera de mi entusiasmo se iba apagando a medida que entraba en calor.

Más tarde me acometió el deseo vanidoso de distinguirme entre mis compañeros: llamé a tres o cuatro muchachos que me conocían por haber recibido el periódico de mis manos, y les ordené que gritaran: «El primer número de La Abeja, con la defensa de la política de Felipe II en los Países BajosContra lo que imaginaba, tampoco causó efecto el nuevo pregón: solamente advertí que un grupo de jóvenes venía riendo y soltando chistes groseros a propósito de los Países Bajos, lo que me obligó a revocar la orden.

Y también Versos sencillos, en el que cada estrofa, responde a un estado de espíritu, y en el que como él decía: «a veces ruge el mar, y revienta la ola, en la noche negra, contra la roca del castillo ensangrentado; y a veces susurra la abeja, merodeando entre las flores».

Cansado, molido y triste me retiré a casa después de vagar cuatro o cinco horas por las calles: al pasar por la Puerta del Sol pregonar La Abeja a cuarto. «¡Ah, tunante! grité ciego de cólera, sacudiendo a un chiquillo por el cuello bien se conoce que a no te ha costado nadaAquella rebaja de precio me parecía una vergonzosa degradación.

Y si se le convierte en ponzoña la triaca, culpa será suya y no del médico, porque la malicia no estará entonces en el que escribe, sino en la propia voluntad del que lee; que, como dijo un poeta antiguo: Del más hermoso clavel, pompa del jardín ameno, el áspid saca veneno, la oficiosa abeja, miel.