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Después de permanecer algunos minutos en tal estado, vecino de la locura, vio que se levantaba, y con cristiana resignación sacaba del armario la tercer camisa, y después de meterle los botones, se la ponía dando un profundo suspiro. Al cabo de un cuarto de hora, concluida su tarea, salió del gabinete serio, tranquilo, un poco pálido, como sucede siempre después de las grandes crisis.

Permanecieron los tres silenciosos, y el leñador añadió luego: Dile a mi mujer que detrás del armario, en una media, hay cinco escudos de seis libras; los había reservado... por si caíamos enfermos uno u otro... Pero yo no necesito nada ya. ¡Ya veremos, ya veremos!... No hay que perder la esperanza de salvarse, amigo mío. Ahora vamos a trasladarte.

¿Y por eso se asusta V., tonta?... Revolviendo mi armario, he tropezado con ese sombrero del señor, que no cómo vino a dar a él... Me estorbaba y lo he sacado... Si V. lo quiere y puede sacar algo de él, lléveselo... no sirve para nada. Muchísimas gracias, señorita dijo la doncella, saliendo con el sombrero en la mano. Tengo un hermano a quien le servirá tal vez... No se habló más del asunto.

Un amigo de casa, que nos visita todos los días, D. José María de Malespina, también recibió un ligero rasguño en la mano derecha al ocultarse detrás de un armario. ¿Y las señoras? decir que una sobrinita de la Sra. Marquesa... o sobrinita de Su Excelencia, no estoy bien seguro, había venido de Madrid con objeto de acompañarlas. No contestó Amaranta, mirando al suelo.

Fumándolo estaba y envolviéndose en nubes de humo y en otras aún más espesas de cavilaciones trascendentales cuando llamaron suavemente con los nudillos y se oyó la voz de doña Mónica: ¿Está usted visible, señor de Barragán? Este se apresuró a encerrar la mesa giratoria en el armario. Adelante, doña Mónica. Apareció la buena señora. Pues aquí preguntan por usted unos caballeros.

Le habían preparado un ancho camarote amueblado con una cama, un armario de espejo y un lavabo. En todos los detalles brillaba la limpieza inglesa y Jacobo encontró con alegría infantil los cepillos, los frascos y los utensilios de tocador que constituyen los cuidados y la elegancia de la vida.

Llamada por Juanita, acudió Rafaela, que se quedó estupefacta y boquiabierta al ver allí a doña Inés, a quien acompañó a su casa. Doña Inés prometió volver con don Alvaro a las diez y media. Cuando Juanita se quedó sola se lavó la cara y las manos, se alisó el pelo y sacó del armario el famoso vestido de seda regalo de don Paco.

Uno de ellos contiene un gran reloj-cronómetro, de armario, fabricado en Barcelona, verdadera maravilla bajo todos aspectos.

La cubierta chorrea sangre, los cadáveres ruedan al mar con la cabeza destrozada. Al «Papa» lo encontraron escondido y medio muerto de miedo en un armario de su cámara.

Y le condujo al comedor, que estaba cerca, y le hizo sentarse a la mesa. Después sacó de un armario cubierto, servilleta, pan, vino, un plato de pavo en galantina y un tarro de dulce, y se lo fue colocando delante, uno en pos de otro, con el sosiego y compás que caracterizaban todos sus movimientos. Coma usted, señor marqués; coma usted.