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He dicho que entrábamos, y esto no es exacto en rigor. Pretendiamos entrar; pero nos detuvieron, á fin de proveernos de unas papeletas, sin las cuales no está permitida la entrada. Yo quise preguntar al contralor, que así se llama el empleado que da las targetas, sobre el uso á que las habiamos de destinar; pero los franceses son todos adivinos en el instante soberano de hacer un negocio.

6.º Con relacion al arte. 7.º Con relacion á la familia. 8.º Con relacion á cosas que verá el curioso lector. =Moralidad de Paris con relacion á la ley=. Llegamos á Paris á las tres de la tarde, y no faltaba mucho para oscurecer, cuando entrábamos en un hotel, llamado de los Extranjeros, á tiro de pistola de los magníficos bulevares.

Toda la Inclusa era nuestra, y en tiempo leitoral, ni Dios nos tosía, ni Dios, ¡hostia!... ¡Aquél , aquél !... A cuenta que me cogía del brazo y nos entrábamos en un café, o en la taberna a tomar una angelita... porque era muy llano y más liberal que la Virgen Santísima. ¿Pero estos de ahora?... es la que dice; ni liberales ni repoblicanos, ni na.

Únicamente alguna vez nos recomendó, en tono de malhumor, que no volviéramos a coger el Cachalote. Al domingo siguiente se lo volvíamos a robar. Un día nos decidimos a pasar la barra, y desde entonces perdimos el miedo y entrábamos y salíamos del puerto con el Cachalote, aunque hubiera mucho oleaje.

Felizmente entrábamos en el bosque. Mi camarada se acurrucó tras una pequeña encina, yo me coloqué junto a él y ambos estuvimos allí ocultos, mirando por entre las hojas. En los campos oíase un terrible fuego de fusil.

»Poco después entrábamos en el dormitorio de Magdalena, a la cual encontramos inquieta y visiblemente agitada. »No nos costó mucho trabajo adivinar la causa; Amaury se había marchado hacía media hora y mi hija creía indudablemente que estaba con Antoñita.

»Por una casualidad, querida Antoñita, me veo precisado a detenerme en Lille unas cuantas horas y aprovecho la ocasión para escribirle esta carta. »Cuando entrábamos en la ciudad se ha roto el eje del coche, y a causa de este contratiempo he tenido que meterme en la posada más cercana.

Cuando entrábamos en esta villa al caer de la tarde, distinguimos a lo lejos una gran polvareda, levantada al parecer por la marcha de un ejército, y dejando los perezosos carros, entramos a pie en el pueblo para llegar más pronto, y saber qué tropas eran aquéllas y adónde iban.

Al principio le dábamos al guardián alguna moneda para tenerle contento; pero luego le cogíamos la lancha sin decirle nada. Mientras veía que entrábamos en el bote, hacía como que no se fijaba; pero cuando pasábamos por delante del agujero de Caracas, Shacu se adelantaba y se ponía a gritar con todas sus fuerzas: ¡Dejad esa lancha, granujas!

Cuando entrábamos en los cafés, y colgadas del armario del expendedor de periódicos contemplábamos unas cuantas Abejas, con su viñeta en madera henchida de alusiones simbólicas, un gozo inexplicable nos inundaba, inflábase nuestro ser moral y físico, y sonreíamos desdeñosamente al vulgo que nos rodeaba; nos parecía imposible que los concurrentes hablasen de otra cosa que no fuese La Abeja, y no adivinasen que tenían la honra de hallarse cerca de sus redactores.