United States or Dominican Republic ? Vote for the TOP Country of the Week !


La señora suspiró más hondo todavía, como si quisiera arrancarse de allí dentro algo que la incomodaba enormemente; este mudo comentario á su pensamiento, que parecía confirmarlo en su elocuente silencio, sacó de quicio a Angelita.

El silencio se hacía embarazoso. Misia Casilda dijo, mirando a Susana: ¿Esta es la mayor, Gregoria? contestó la de Esteven, la mayor. Y a Angelita, ¿no la conoce usted, tía Silda? intervino la niña, viendo que el silencio volvía. La conozco, , de vista. La llamaré... Déjala; no quiero molestarla. Voy a llamarla. Y escapó. Las dos hermanas, solas ya, mirábanse de reojo.

Toda la Inclusa era nuestra, y en tiempo leitoral, ni Dios nos tosía, ni Dios, ¡hostia!... ¡Aquél , aquél !... A cuenta que me cogía del brazo y nos entrábamos en un café, o en la taberna a tomar una angelita... porque era muy llano y más liberal que la Virgen Santísima. ¿Pero estos de ahora?... es la que dice; ni liberales ni repoblicanos, ni na.

Su mujer, Gregoria, ostentaba las joyas de una reina, que los amigos del omnipotente socio de S. E. se apresuraban a ofrecerla el primero de año o el día de su santo; y sus hijas, Susana y Angelita, no bebían las perlas disueltas en el vino de sus comidas, se decía, porque no les daba la gana.

Convénzase usted, tía, que es porque no les conoce; los viejos serán todo lo que usted quiera, pero los hijos son diferentes. Susana y Angelita eran las muchachas más bonitas de Buenos Aires, sin exageración; en Palermo no se veía nada mejor. Luego, con una educación de primera, amables, sencillas... Siguió ensartando alabanzas, hasta que la señora se impacientó.

Hablaba, y repercutía el sonido de su voz, como si dieran con un martillo sobre un caldero, ¡dam, dam, dam! y la vibración ensordecía. No grites tanto, Angelita suplicó misia Gregoria, sin abrir los ojos. Ella, no hizo caso y saltó de repente: Dime, mamá, ¿es cierto eso que le has dicho a la de Eneene, que nos vamos al Frigal? ¡En junio! sería ridículo.

Había sido en Sevilla muy íntima de la familia Guevara, y en particular de Angelita, por más que ésta la aventajase en edad siete u ocho años lo menos. Enfriadas un poco las relaciones por la separación, volvieron a calentarse tan pronto como se encontraron en Madrid.

Quilito ensayaba el frac delante del espejo. ¡Cuán equivocada estaba! era excelente... y luego tan cariñoso con sus hermanas, y Susana y Angelita se lo merecían todo, francamente. ¿No le parecía que los faldones no caían bien? Lo que no cae bien replicó con acritud misia Casilda, es tanto elogio de osa gente en tu boca.

Quilito llevaba, a guisa de bandera, el faldón de don Raimundo, y gritaba: ¡Muera Schlingen! Susana Esteven repasaba al piano una sonata de Beethoven. Antes de salir a compras, en compañía de Angelita, su madre le había dicho: ¡Me atacas la cabeza, Susana, con esa sonata! Parece que tocas a ánimas o que llamas a misa.

Angelita, delante del espejo, despojábase del sombrero y el velo; hubiera sido bonita, sin el arremango exagerado de su nariz, que le daba una expresión de picardía y malicia, y si la boca fuera menos grande y los dientes más iguales.