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Algunos gansos que bajaban de los prados al río corrían delante del carruaje lanzando salvajes graznidos. Llegamos a un puente que cruzó el carruaje al paso; después entramos en un largo bulevar en que la oscuridad era completa, y luego el ruido de las herraduras de los caballos, chocando sobre un pavimento más duro, me advirtió que entrábamos en la ciudad.

Una vez cada seis meses entrábamos en este sitio todos juntos y elegíamos una cierta cantidad de joyas y otros artículos de valor, los cuales eran enviados, por diferentes vías, a los puntos convenientes: las joyas a Amsterdam, para ser vendidas, y los demás artículos a las grandes casas de remates de París, Bruselas y Londres, mientras otros objetos iban a parar a las manos de famosos comerciantes y coleccionistas de antigüedades.

Á las diez entrábamos en el proscenio de Pector y nos encontramos un público entusiasmado con los cantantes, que realmente tenían talento, pero que estaban secundados por detestables artistas que convertían la representación, fuera de las escenas de los protagonistas, en un verdadero escándalo musical. Jenny Hawkins no estaba en escena ni apareció hasta el final del acto.

¡Aquí verá usted le dije otra amabilidad y otra finura! La puerta estaba abierta y naturalmente nos entrábamos; pero no habíamos andado cuatro pasos, cuando una especie de portero vino a nosotros, gritándonos: ¡Eh, hombre! ¿a dónde va usted? ¡fuera! Este es pariente del calesero dije yo para . Salimos fuera, y sin embargo, esperamos el turno. Vamos, adentro.

Hay situaciones verdaderamente oportunas, como aquella en que un marido ve á su mujer dentro del miriñaque, y suponiendo que no podria oirle á la distancia que el miriñaque hacia necesaria, la está hablando con una bocina. Salimos del pasaje, atravesamos luego la plaza de la Bolsa, y á los pocos momentos entrábamos en el Establecimiento de caldo, calle de Montmartre, número 43.

Eran las cinco cuando entrábamos en lo de Valentina; ella nos esperaba en la puerta de calle con un vestido de gasilla, blanco, cerrado por un cuellecito plegado, sobre el cual se destacaba su cabecita adorable y llena de inocente coquetería.

Cenamos y nos dieron las tres de la mañana. En todo el club no se hablaba de otra cosa que de la boda, y, como era natural, la crítica se recreaba en morder el argumento por todas sus faces. ¿Vienes a casa? me dijo don Benito; tu cuarto está pronto. Acepté. A las cuatro de la mañana entrábamos en la casa de mi viejo amigo. Charlamos largo rato y en medio de la charla de don Benito, me adormecí.

Ademas de que, como de contado entrabamos cediendo las tierras vertientes al Paraná, desde la cordillera al Yaguarey, ya no tendria cobro lo perdido. Por último, el trozo de cordillera existente segun las ídeas que tengo de ella y la esperiencia en estos países, no podr

Zalamero y yo salíamos y entrábamos a turno para llevar noticias a una casa de la calle de la Greda, donde estaban Serrano, Topete y otros. 'Mi general, no se entienden. Aquello es una balsa de aceite... hirviendo. Tumban a Castelar. En fin, se ha de ver ahora'. 'Vuelva usted allá. ¿Habrá votación?. 'Creo que '. 'Tráiganos usted el resultado'».

El 17 á las cuatro de la tarde entrábamos á la linda bahía de San-Thomas, ya divertidos con los saltos y las evoluciones de dos ballenas que nos acompañaban á alguna distancia, ya encantados con el interesante aspecto de la bahía y el pintoresco anfiteatro de la ciudad. Las escenes de la tarde, la noche y la mañana siguiente, merecen una rápida descripcion.