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Hasta la orgullosa doña Elvira, la hermana del marqués de San Dionisio, siempre ceñuda y de noble malhumor, como si se creyese postergada por haberse unido con un Dupont, concedía cierta confianza al señor Fermín, escuchándole con gesto semejante a los que había visto en el teatro, cuando una dama se digna conversar con el viejo escudero, confidente de sus pensamientos.

Una noche fuí allá dispuesto a romper, con visible malhumor, por lo mismo. Inés corrió a abrazarme, pero se detuvo, bruscamente pálida. Qué tienes me dijo. Nada le respondí con sonrisa forzada, acariciándole la frente. Dejó hacer, sin prestar atención a mi mano y mirándome insistemente. Al fin apartó los ojos contraídos y entramos.

En este momento comprendió la causa de su malhumor repentino. «La madre había hablado de las calumnias con que le querían perder... de las demasías de ambición, orgullo y sórdida codicia que le imputaban, de la influencia perniciosa en la vida de muchas familias que se le achacaba... pero ¿era todo calumnia? Oh, si la Regenta supiese quién era él, no le confiaría los secretos de su corazón.

Entonces Tommy extendía la mano, arrancaba el cuchillo, y se comía la manzana entre las carcajadas de todos. El diablo del chico, cuando se ponía de malhumor, iba a la cofa de un palo y allí estaba hasta que se le pasaba la murria, y volvía más alegre que antes. Otro de los personajes importantes del barco era Poll.

Únicamente alguna vez nos recomendó, en tono de malhumor, que no volviéramos a coger el Cachalote. Al domingo siguiente se lo volvíamos a robar. Un día nos decidimos a pasar la barra, y desde entonces perdimos el miedo y entrábamos y salíamos del puerto con el Cachalote, aunque hubiera mucho oleaje.

A veces, un golpe de mar violento hacía estremecerse a todo el barco, y, entonces, los hierros y argollas, la rueda del timón y la obra muerta, rechinaban como con una protesta de malhumor. ¿Podremos salir de aquí sin tomar el canal por donde hemos entrado? pregunté yo. Con la marea alta saldremos más fácilmente dijo Recalde. En esto oímos un crujido fuerte. ¿Qué pasa? nos preguntamos los tres.

Delaberge contempló entonces con mayor complacencia aun a aquella mujer... La señora Liénard estaba discutiendo a media voz con el inspector provincial, su vecino de mesa, y sin abandonar su aire de amable alegría le atacaba con maliciosas recriminaciones, ante las cuales se rebelaba el otro con tonos de malhumor. ¡Ah! no es usted muy amable con los pobres exclamaba ella.

El nuevo arreglo templó un tanto el malhumor de Miranda, consoló a Lucía y regocijó a la enferma, que sobre todas las cosas soñaba con la vuelta a Madrid.

Cuando ésta llegaba, hacía entrar a los visitantes con visible malhumor, porque durante el tiempo de la visita el poeta no trabajaba. Delille solía recitar algunas estrofas del poema que estaba componiendo; pero su esposa le interrumpía violentamente: ¡Eres un camello! No digas el argumento de lo que escribes, porque alguno de estos señores te lo puede robar.

Después, con caras de malhumor, fueron saliendo a la explanada los viñadores, obligados a permanecer en Marchamalo para asistir a la fiesta. El cielo se azuleaba sin la más leve mancha de nubes. En el límite del horizonte una faja de escarlata anunciaba la salida del sol. ¡Buen día nos Dios, cabayeros! dijo el capataz a los jornaleros.