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«Pero qué le diría, o le podría decir Quintanar al Magistral, que él no comprendiera.... , , mirando las cosas como las mira el mundo, aquello pedía sangre, es más, no ya sólo por satisfacer el deseo de vengarse, hasta para poder vivir entre las gentes con lo que llama el mundo decoro, era necesario, según las leyes sociales, según lo que las costumbres y las ideas corrientes exigían, que don Víctor buscase a Mesía, le desafiase, le matase si posible le era, o si le cogía in fraganti en el delito, o cerca de él, que le sacrificase sin miramientos, con justicia pronta.

Ya tenía su lugar fijo en el gabinete de Barbarita, una silla baja; y lo mismo era sentarse que empezar a hacer media o a coser. Llevaba siempre consigo un gran lío o cesto de labor, calábase los anteojos, cogía las herramientas, y ya no paraba en toda la noche. Hubiera o no en las otras habitaciones gente de cumplido, ella no se movía de allí ni tenía que ver con nadie.

Cuando Salvador preguntó por su hermano, la mujer refirió que el Sr. Navarro había sido hallado una noche sobre la nieve, como muerto; que le habían conducido en hombros a aquella casa, donde aún seguía por no poder moverse, a causa de la perlesía que le cogía medio cuerpo. Salvador subió, y vio a su hermano arrojado en el más desigual y abominable jergón que ha sostenido cuerpos en el mundo.

Se escapaba por la puerta del jardín y corría llorando hacia el mar; quería meterse en un barco y navegar hasta la tierra de los moros y buscar a su papá. Algún marinero la encontraba llorando y la acariciaba. Ella le proponía el viaje, el marinero se reía, le decía que , la cogía en los brazos, pero el pícaro la llevaba a casa del aya y la volvían al encierro.

El malestar que la conducta libre de su esposa le causaba no disminuía con el tiempo. El abismo que los separaba era cada vez más profundo. Por eso, la airada venganza cogía esta ocasión por los pelos. Clementina le miró un instante. Luego, encogiéndose de hombros y haciendo con los labios una leve mueca de desdén, dió la vuelta y se dispuso a salir de la estancia.

Se consideraba feliz, y lo era en efecto: no ambicionaba nada y nada temía del día siguiente; envuelto en sus guiñapos, paseaba por los sitios públicos y gozaba del sol, como el que iba arrastrado en carretela; dormía donde le cogía el sueño, tan ricamente como sobre un colchón de plumas; comía cuando tenía hambre y no le faltaban buenos platos de casa grande, y en lo tocante a vicios menudos, llevaba en el bolsillo de su raída chaqueta provisión abundante de colillas de cigarro.

Y él caía y caía, durante años, durante siglos, hasta sentir en su espalda la blandura de la cama... Abría entonces los ojos. Margalida estaba allí, contemplándolo con expresión de terror a la luz del candil. Debían ser las altas horas de la noche. La pobre muchacha suspiraba de miedo mientras le cogía los brazos con sus manecitas temblorosas. ¡Don ChaumeAy, don Chaume!...

A veces, los profesores alternaban con ellos en estos juegos y llegaban a interesarse y a herirse en el amor propio; el capellán, principalmente, ya sabemos que se jactaba de sobresalir en toda clase de ejercicios corporales, y creía poseer las fuerzas de Sansón; así que le pinchaban un poco, se despojaba de los manteos y la sotana y se ponía a dar brincos como un zagal, cogía a los bueyes de las carretas por los cuernos, sacudía los árboles, enseñaba los brazos, levantaba los chicos a pulso y ejecutaba otras prodigiosas hazañas que recordaban las celebradas de Orlando furioso.

El orgulloso francés llevaba dos barcos bien pertrechados de armas. A los que cogía en el mar, grandes o chicos, hombres o mujeres, los desvalijaba y los dejaba en cueros; así que estaba muy rico. Al divisar el galeón del capitán guipuzcoano, como el francés le atacara con brío, Irizar se defendió en su barco, valientemente.

El P. Florentino sintió que el enfermo le cogía la mano y se la estrechaba; calló entonces esperando que hablase, pero solo sintió dos apretones más oyó un suspiro y largo silencio reinó en la estancia.