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30 Aquel varón, señor de la tierra, nos habló ásperamente, y nos trató como a espías de la tierra: 33 Y aquel varón, señor de la tierra, nos dijo: En esto conoceré que sois hombres de verdad; dejad conmigo uno de vuestros hermanos, y tomad para el hambre de vuestras casas, y andad,

Pero dejad, dejad, yo tengo una espada tal y tan maestra que ella sola se va á donde conviene y no toca á un hombre que no le mate. Pero si no me engaño, estamos en el negro boquerón que vos encontrásteis tapiado cuando buscábais á vuestro gato.

Adios, de nuevo os digo, sueños encantadores, Dejad en mis oidos de susurrar amores, Que aunque soñar es dulce, muy triste es despertar: Posaos sobre la almohada de la mujer que adoro, Llevadle algunas gotas de mi amoroso lloro, Para que en medio al sueño me pueda recordar!

Marta bajó con la joven, y abrió la puerta de la sala. Un suspiro ahogado se le escapó. Vió sentado al lado de la condesa a un hombre vestido de negro, de una fisonomía fría y sonriente, cuya mirada le heló la sangre en las venas. Está bien dijo con sequedad la condesa . Dejad a la señorita con nosotros, cerrad la puerta, idos arriba y esperad allí mis órdenes... ¿No me comprendéis?

¡No sin vos, por vida mía! dijo resueltamente Roger. Dejad que llame á cuantos perros quiera. ¡Venid, venid conmigo, pues! ¡Os lo ruego! insistió ella tirándole del brazo. Conozco á ese hombre y que os matará sin compasión.... ¡Pues bien, huyamos! y asidos de la mano corrieron en dirección al bosque.

El rey dobló la carta lentamente, se soslayó de nuevo, y la guardó en su bolsillo. ¿Qué decís á esto, doña Juana? la preguntó el rey. La duquesa se había quedado con el velón en posición de alumbrar al rey y hecha una estatua. Dejad, dejad el velón, y venid á sentaros frente á mi. Dios me perdone, pero juraría que estábais temblando.

¿Me da vuecencia venia para entrar? decía una voz poco firme y contrariada á la puerta de la cámara del duque de Lerma. Dejad ese despacho, Santos dijo el duque de Lerma á un secretario que trabajaba con él y enviad á buscar á mi sobrino el conde de Olivares. Levantóse el secretario, arregló los papeles, los puso en una carpeta y luego aquella carpeta en un armario. Después salió.

Velázquez fué saludando á sus amigos cordialmente y les invitó á sentarse. Estaba tranquilo y á las frases de sentimiento que dejaban escapar todos al darle la mano respondía con afectada alegría. Dejad que me un poco el fresco, hijos. Este Cádiz se me venía ya encima... Veréis cómo hago una gran fortuna por allá.

Decid más bien, que habéis estado muy entretenido. Pero cerrad bien la puerta, padre Aliaga, cerradla bien, que tenemos que hablar cosas que no conviene que las oiga nadie. Dejad, antes es necesario que nos traigan luz; ya ha obscurecido. Y decidme, ¿hay por aquí algún lugar donde yo me obscurezca, de modo que no me vea el que traiga la luz? ¿Y qué os importa que os vean ó no?

¿Y yo? exclamó Horn . Dejad que yo vaya en busca del agua, Capitán. Tengo sesenta años, y si me matan he vivido ya bastante. No, valiente Horn. te quedarás aquí para cuidar de mis sobrinos. No estás tan ágil como en otro tiempo, y la bajada es difícil. Mis músculos están aún fuertes, y bajaré como un joven, Capitán. Si os mataran, ¿quién conduciría a vuestros sobrinos a su patria? , Horn.