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Me paece a que aquí D. Enriquito habla bien... Er Gordo poniendo banderiya, ¡la corona de María Zantízima! pero matando, ¡la perra zin vergüenza de zu mare! El Cigarrero se puso muy serio y repuso enojado: A ti no te toca esí na de eso, Sebastián. Too esto señore pueen hablá lo que gusten, pero , hijo, no puée... ¿Tamo? Merluza acortado, rectificó como pudo sus brutales palabras.

Válgame Dios dijo la señora con que calentura maligna... Pero muy grande, y lo más malo es que ha dicho el señor médico que busquen quien teta al niño... y ya ve vuecencia, así de pronto cualquiera encuentra... Está la criatura llorando como un cachorro... chupa que chupa, Manuela con los pechos secos... y , como si mamase de un pepino.

Pero le exhortó a que llevara con paciencia sus trabajos, pues no estaba obligado a menos un hombre de su fe y de su correa. A lo que contestó el enfermo, con toda la iracundia que pudo hallar entre el montón de sus propias ruinas: ¿Todavía te paez cosa de la mi paciencia, condenao?

El perdonavidas creyó oportuno el momento para una intervención aduladora. Aquí nadie amenaza, ¿sabe usté, pollo?... Donde esté el Chivo no hay quien le diga a su señorito. El joven saltó con arrogancia, fijando en la bestia siniestra una mirada de reto. Usted se calla dijo con imperio. Usted se guarda la lengua en... el bolsillo o donde le quepa.

Mi enemigo, agarrado por todas las manos, me dirigió una mirada centelleante de cólera. Luego la cambió por otra irónica, y dijo con aparente sosiego: Vamo, señore, suerten ustedes, que no ha pasao na... Bofetá más o menos, ¡qué importa! Le soltaron, pero sin dejar de observarle con inquietud. Apareció completamente tranquilo.

La fuga de las mujeres para no verle partir; la dolorosa entereza de Carmen, que se esforzaba por mantenerse serena, acompañándole hasta la puerta; la curiosidad asombrada de los sobrinillos, todo irritaba al torero, arrogante y bravucón al ver llegada la hora del peligro. ¡Ni que me yevasen a la horca! ¡Vaya, hasta luego! Tranquiliá, que no pasará na.

Pues así es, señá Eufrasia dijo Maltrana. Y el marido, saliendo de su mutismo por este triunfo extraordinario sobre la esposa siempre dominadora, dijo solemnemente: ¡Lo ves, mujer!... Las hembras no sabéis na de na y queréis meteros en too. Pero la Eufrasia, sin prestar atención al marido, bajaba la cabeza como para seguir mejor el curso de sus pensamientos.

Pues na; con que yo no leer ni escribir: No es todo lo verídico, ¡hostia!, porque leer ya , aunque no del todo lo seguío que se debe. Como escribir, no escribo porque se me corre la tinta por el dedo... ¡Bah!, es la que se dice: los escribidores, los periodiqueros, y los publicantones son los que han perdío con sus tiologías a esta judía tierra, maestro».

Narigudo... contestó un pillo rubio, el más fuerte de la compañía, que siempre se colocaba el primero por derecho de conquista. El pañuelo pasó a otro. ¿Na? Narices. Otro. ¿Na? Napoleón. ¡Ay qué mainate! ¿qué es Napoleón? gritó el Sansón del corro acercándose a su afectísimo amigo y poniéndole un codo delante de las narices. Napoleón... ¡ay que rediós! es un duro.

En cuanto á la alta inspección de todo, quedaba, como era consiguiente, á la experiencia de Tenten y de su digna Tintay. Un maray na bangui de la capitana, que es como si dijéramos, buenas noches, en tierra de Castilla, disolvió aquella pacífica reunión, en que fuí varias veces consultado, diciendo á todo amén, pues mi objeto era ver y no adicionar detalle alguno.