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Tenía eso de bueno, por de pronto; amén de la estampa, que no era mala por ningún lado que se la mirase. Al contrario, reparando mucho en ella y sabiendo mirar, había momentos en que resultaba hasta hermosa.

24 Mi caridad en Cristo Jesús sea con todos vosotros. Amén. 5 Porque de la manera que abundan en nosotros las aflicciones del Cristo, así abunda también, por Cristo, nuestra consolación. 7 y nuestra esperanza de vosotros es firme; estando ciertos que como sois compañeros de las aflicciones, así también lo seréis de la consolación.

Hícelo y de muy buena gana, porque me sentía entumecido sobre la dura silla de mi rocín, amén de que me conceptuaba más seguro a pie que a caballo en aquella cornisa, sobre el rápido declive de la montaña. Lo que falta, hay que subirlo a pie me dijo el Cura , porque no es camino de caballos, sino de hombres y, todo lo más, de cabras. Con que ¡ánimo y arriba!

Si no doy un blinco, me divide». Bueno; vete a la cocina, y aprende para otra vez. A todo lo que él diga, por disparatado que sea, dices amén, y siempre amén. Aquel hecho era quizás síntoma de un nuevo aspecto de locura, y las dos señoras no cabían ya en su pellejo, de temor y zozobra. No pasaron ocho días sin que el caso se repitiera.

El tío Traga-santos fué oyendo á unos y á otros, y como no tenía cara para negar nada á nadie, y de unos y otros había recibido limosna para reedificar la ermita de San Isidro, fué diciendo á todos amén, imitando al devoto del cuento del señor Cura, pidiendo al Santo que hiciera lo que le diese la gana: creyó haber encontrado, en lo posible, aquel medio, que consistía en pedir á San Isidro que no lloviese tanto como querían los de Barbaruelo ni tan poco como querían los de Cabezudo y los de Animalejos.

34 Y allí lo ungirán Sadoc sacerdote y Natán profeta por rey sobre Israel; y tocaréis trompeta, diciendo: ¡Viva el rey Salomón! 36 Entonces Benaía hijo de Joiada respondió al rey, y dijo: Amén. Así [lo] diga el SE

¡Amén! exclamó la lugareña sin poder contenerse; mientras Obdulia felicitaba a Bermúdez con un apretón de manos, en la sombra. El coro había terminado: los venerables canónigos dejaban cumplido por aquel día su deber de alabar al Señor entre bostezo y bostezo.

Convinieron en ponerse al trabajo desde la mañana siguiente. Quiso la desgracia que al otro día Primitivo descubriese en un maizal próximo un bando entero de perdices entretenido en comerse la espiga madura. Y el marqués se terció la carabina y dejó para siempre jamás amén a su capellán bregar con los documentos.

¡Que Dios la castigue! repuso el oficial, como si dijese «amén». Ferragut se vió olvidado, desconocido por todos estos hombres que llenaban la goleta. Algunos marineros le empujaron en la precipitación de su trabajo. Era el patrón del velero, un civil falto de jerarquía al estar entre hombres de guerra. Empezó á comprender por qué motivo le habían dado el mando del pequeño buque.

Finalmente, ellos, como miembros de justicia, mediaron la causa y fueron árbitros della, de tal modo que ambas partes quedaron, si no del todo contentas, a lo menos en algo satisfechas, porque se trocaron las albardas, y no las cinchas y jáquimas; y en lo que tocaba a lo del yelmo de Mambrino, el cura, a socapa y sin que don Quijote lo entendiese, le dio por la bacía ocho reales, y el barbero le hizo una cédula del recibo y de no llamarse a engaño por entonces, ni por siempre jamás amén.