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Me estáis haciendo perder la paciencia. Estoy turbado, señora... no lo que me sucede... no lo que pasa á mi alrededor. Pues bien, procurad tranquilizaros, y vamos en derechura al asunto. Prometedme, señora, que alma viviente no sabrá lo que voy á deciros. Estad seguro de ello.

Ahora pienso que lo que deseaba era esto: salir, variar algo de vida. Pero no me impacientaba, porque me parecía que, tarde o temprano, llegaría a lograrlo; ¿no es cierto? El Padre Urtazu solía reírse de , exclamando: paciencia, que cada otoñillo trae su frutillo. El Padre Urtazu.... ¿es jesuita? ¡Jesuita... y más sabio! Entiende de cuanto Dios crió.

Un tanto reposado, pasé a la orilla del río para ver qué vapores había; ¿sabéis cual fue mi primer encuentro? Mi tuerto sabanero, sentado melancólicamente en una piedra, con mi maleta terciada a la espalda, al rayo del sol y entregado a la plácida tarea de hacer patitos en el agua con guijarros que elegía cuidadosamente. ¡Oh, santa paciencia!

«Pero ahora agregó la santa mujer , se me ocurre hacer otra preguntita... Usted tenga mucha paciencia; buena jaqueca le ha caído encima.

Acogió el ingeniero con una paciencia algo irónica esta consulta; pero apenas la mestiza empezó á hablar, su rostro se transformó, prestando una atención reconcentrada á todas sus palabras.

»Un estremecimiento recorrió todo su cuerpo, y, con voz singularmente alterada, replicó: »Tén paciencia hasta mañana, mañana haré lo que quieras. », mi niña muy amada le digo entonces, y de aquí a mañana desecha tus ideas negras y piensa en que ella no nos guarda rencor.

Entonces comprendí la paciencia de Job y compadecí a los leprosos abandonados en islas solitarias.

Tranquilízate, que yo lo llevaré con paciencia, y casi casi principio ya a acostumbrarme... Me alegraré mucho de no tener que llamar a un oculista, pues estos, aunque curen, siempre cuestan un ojo de la cara».

¡Ah, y con cuánto dolor de corazón, con qué santa indignación los que aman a Dios oyen hablar de esas infamias! Mas la paciencia del justo es luego ira terrible, y el cordero se hace sañudo tigre, que dicen las famosas palabras del Santo.

Y la pobre mujer se lamentaba y lloraba; Plácido se ponía más sombrío y de su pecho se escapaban ahogados suspiros. ¿Qué saco con ser abogado? respondía. ¿Qué va á ser de ? continuaba la madre juntando las manos: ¡te van á llamar pilibistiero y serás ahorcado! ¡Yo ya te decía que tuvieses paciencia, que seas humilde!