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Eso quiere decir... dijo Rocchio resoplando como un ballenato. Lo que usted quiera, señor Rocchio. Y le dió el golpe de gracia, con esta preguntita intencionada: ¿No siente usted hoy olor a pólvora? A chamusquina contestó el otro, y juraría que soy yo el que arde, como costal de paja.

Y a la tal preguntita, que había venido a ser tan frecuente como el pestañear, el que estaba de turno contestaba Chí, dando a esta sílaba un tonillo de pronunciación infantil. El Chí se lo había enseñado Juanito aquella noche, lo mismo que el decir, también en estilo mimoso, ¿me quieles?, y otras tonterías y chiquilladas empalagosas, dichas de la manera más grave del mundo.

Decidieron sondar al muchacho, y cuando bajó a almorzar, le espetaron la preguntita. ¿Crees que negó? ¡qué esperanzas! es muy deslavado y tiene una manera de contestar al padre... Que , que Susana le gusta mucho, y que si puede que ya lo creo que se casará con ella, pero que todavía, no hay nada serio... ¡Todavía! ¡vaya un consuelo!

Se había incorporado, suspirando fatigosamente al colocar su corpulencia en sentido vertical, y dijo bajando el tono de su voz: No he podido dormir en toda la noche, y aquí estoy, don Manuel, aguardándole para que me conteste una preguntita.

«Pero ahora agregó la santa mujer , se me ocurre hacer otra preguntita... Usted tenga mucha paciencia; buena jaqueca le ha caído encima.

A la clase no se va para aprender sino para no tener la raya; la clase se reducía á hacer decir la leccion de memoria, leer el libro y, cuando más, á una que otra preguntita abstracta, profunda, capciosa, enigmática; es verdad que no falta el sermoncito ¡el de siempre! sobre la humildad, la sumision, el respeto á los religiosos y él, Plácido, era humilde, sumiso y respetuoso.

Acordose de que Jacinta había querido recoger a otro niño, creyéndolo hijo de su marido... «¡Y mío...! ¡creyéndolo el mío!». Desde la altura de esta idea, se despeñó en un verdadero abismo de confusiones y contradicciones... ¿Habría hecho ella lo mismo? «Vamos, que no... que ... que no, y otra vez que ...». ¡Y si el Pituso no hubiera sido una falsificación de Izquierdo; si en aquel instante, en vez de mirar allí a la niña de Mauricia, viera a su pobre Juanín...! Le entraron tan fuertes ganas de echarse a llorar, que para contenerse evocó su coraje, tocando el registro de los agravios, segura de que le sacarían del laberinto en que estaba. «Porque me quitaste lo que era mío... y si Dios hiciera justicia, ahora mismo te pondrías donde yo estoy, y yo donde estás, grandísima ladrona...». No siguió, porque Jacinta, no pudiendo resistir más las ganas de entablar conversación, la miró otra vez y le hizo esta preguntita: «¿Qué tal estuvo la Comunión?