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A esta difusión de la luz y de la verdad, aunque más por medio de las armas que por medio de vanos discursos, se consideraba llamado y predestinado Fray Miguel, en cuanto el Padre Ambrosio realizase en él el prometido milagro de remozarle. Fray Miguel acudió, pues, a la celda del Padre Ambrosio, resuelto a todo, y en la noche y en la hora convenidas. El Padre Ambrosio estaba aguardándole.

Se había incorporado, suspirando fatigosamente al colocar su corpulencia en sentido vertical, y dijo bajando el tono de su voz: No he podido dormir en toda la noche, y aquí estoy, don Manuel, aguardándole para que me conteste una preguntita.

Cuando esto tenía lugar, Judit permanecía aguardándole todo el día, no recibía a nadie y hasta alejaba a su tía para consagrarse por completo al placer de verle. A despecho de lo reservado que con ella se mostraba el Conde, la joven había descubierto que algún secreto pesar le atormentaba. ¿Cuál era este pesar?

Olvidábaseme de decir que así como Monipodio bajó, al punto todos los que aguardándole estaban le hicieron una profunda y larga reverencia, excepto los dos bravos, que a medio mogate, como entre ellos se dice, le quitaron los capelos, y luego volvieron a su paseo por una parte del patio, y por la otra se paseaba Monipodio, el cual preguntó a los nuevos el ejercicio, la patria y padres.

Fue muy bien recibido del Conde-Duque, mandole fuese luego a besar la mano a Su Majestad, agradeciéndole mucho no haberse dejado retratar de otro pintor, y aguardándole para retratar al Príncipe, lo cual hizo puntualmente, y Su Majestad se holgó mucho con su venida

Quedaba ya poco de día cuando entró con el intérprete en la Ranchería. Apenas le vieron los paisanos cuando con gritos y voces descompasadas mandaron á las mujeres y demás chusma que se huyesen, y ellos echaron mano á las armas aguardándole con semblante feroz y con ojos que despedían llamas. El intérprete Izú levantó la voz, diciendo no matasen á aquel hombre que no era enemigo suyo.

Su nave, hacía dos o tres semanas que estaba allí aguardándole, lo cual no pesaba al señor Vandenpeereboom que había traficado con los chinos y hecho muy buenos negocios, ni pesaba tampoco a Fray Juan de Santarén, que predicaba con gran fruto, aunque valiéndose de intérpretes, y que bautizaba chinos a centenares, hallando sus neófitos entre la gente pobre y trabajadora que hoy pudiéramos llamar coolies.

Leopoldina Pastor alborotada por ciento, proponiéndose referir a Octavio Feuillet la historia de la cadina para que escribiese un cuento original, y lamentándose de que Jacobo Sabadell no apareciese por ninguna parte, aguardándole todos tan impacientes para tributarle el justo homenaje de admiración que su novelesca aventura les inspiraba, tan distinto del frío recibimiento con que le habían acogido la víspera.