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Eran las tres de la mañana y empezaba a despuntar el día. Me hallaba en una avenida larga y recta, cubierta de césped y a cien varas de distancia corría Ruperto, flotante al viento el rizado cabello. Me sentía rendido y respiraba fatigosamente; le volver el rostro y saludarme otra vez con la mano. Se burlaba de , porque veía que me era imposible alcanzarle.

»¡Oh, no! ¡Pobre papacito mío, no quiero estar más en la cama; quiero sentirme siempre bien y tener buen semblante, y hacer mucho ruido en la casa, para que te tranquilices, para que no te aflijas tanto por mi causa! ¡El otro día, mientras los doctores me examinaban, lo vi en el espejo: no se imaginaba que yo lo miraba, y se apretaba una mano con la otra e inclinaba la cabeza hacia nosotros, respirando fatigosamente, como si la persona que esperaba la sentencia del médico, fuera él mismo!...

Señorita... articuló el capellán, no menos alterado , no esté de pie, no esté de pie.... Siéntese en este banquito.... Hablemos con tranquilidad.... Ya conozco que tiene disgustos, señorita.... Se necesita paciencia, prudencia.... Cálmese.... Nucha se dejó caer en el banco. Respiraba fatigosamente, como persona en quien se cumplen mal las funciones pulmonares.

Se había incorporado, suspirando fatigosamente al colocar su corpulencia en sentido vertical, y dijo bajando el tono de su voz: No he podido dormir en toda la noche, y aquí estoy, don Manuel, aguardándole para que me conteste una preguntita.

Y arriba, sobre la doble galería, clavadas en la crestería del tejado, colgaban lacias e inertes las banderítas rojas y amarillas, palpitando perezosamente cuando un suspiro fresco, enviado por el mar al través de la vega, arrastrábase sobre aquellas gentes aplastadas por la insolación, haciéndoles dilatar fatigosamente los pulmones.

No pudo menos de recordar cuán fatigosamente, y con cuántas paradas para recobrar aliento, había recorrido ese mismo camino tan solo dos días antes. Á medida que se acercaba á la ciudad fué creyendo que notaba un cambio en los objetos que le eran más familiares, como si desde que salió de la población no hubieran transcurrido solamente dos ó tres días, sino muchos años.

Dió un espantoso grito, movió al fin sus brazos, y de un terrible revés envió lejos de á Pimentó y su extraña cabellera. Tenía los ojos bien abiertos y no vió más al fantasma. Había soñado; era sin duda una pesadilla de la fiebre; ahora volvía á verse en la cama con la pobre Teresa, que, vestida aún, roncaba fatigosamente á su lado.