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La otra comenzó a reír de tan buena gana, que le dirigí una rápida y no muy afectuosa mirada. Pero no se dio por entendida; siguió riendo, aunque para no encontrarse con mis ojos volvía la cara hacia otro lado. Hermana San Sulpicio, mire que es pecado reírse de los disgustos del prójimo le dijo la madre. ¿Por qué no imita a la hermana María de la Luz? Esta se puso colorada como una amapola.

Entonces se fijó Simón en la niña; y olvidando por un momento sus disgustos, corrió también hacia ella. ¿Te has caído? la preguntó con cariñoso anhelo . ¿Te han pegado? ¿Por qué sangras?... ¡Habla, hija mía, por Dios!... La niña, después de sollozar un rato, refirió, punto por punto, cuanto la había ocurrido.

Tenía además un hijo mayor que Pepita, que había sido gran calavera en el lugar, jugador y pendenciero, a quien después de muchos disgustos, había logrado colocar en la Habana en un empleíllo de mala muerte, viéndose así libre de él y con el charco de por medio.

Una era de Serafina, que no había parecido por casa de Emma hacía tres o cuatro días; escribía esta vez a Bonis, sin acordarse de lo tratado, que era no escribirle a él, y le decía que se sentía mal y con disgustos repugnantes por causa de una letra de Mochi, que no había llegado. Le pedía consuelo, una visita y.... algunos duros adelantados.

Los disgustos de sus compañeras, no sólo no la conmovían, sino que despertaban en sus labios una sonrisa cruel, que las dejaba yertas. Luego tenía, de vez en cuando, accesos de furor que la habían hecho temible y odiosa. En cierta ocasión, a una niña que le había dicho algunas palabras ofensivas le echó las manos al cuello y estuvo muy próxima a asfixiarla.

Querido maestro le dijo sencillamente Pedro , heme aquí de nuevo... semejante al hijo pródigo... En una palabra, he tenido graves disgustos... lanzándome para olvidarlos en una miserable vida de calavera... sin conseguir mi objeto... y vengo hoy a buscar ese olvido en el seno de mis antiguos amigos... no sin confesar que por ahí debiera haber empezado.

Se citaban, además, pasages de novenas, libros de milagros, dichos de curas, descripciones del cielo y otras zarandajas. Don Primitivo, el filósofo, estaba en sus glorias citando opiniones de teólogos. Porque ninguno puede perder, decía con mucha autoridad; perder ocasiona disgusto y en el cielo no puede haber disgustos.

Me han amenazado; me han llamado tramposa porque no puedo pagar... ¡tramposa! ¡a una señora como yo...! No puedo sufrir tanta vergüenza. Y si mis hijos me abandonan, me moriré, señor... presiento que estos disgustos me van a quitar la vida.

Como os habréis figurado, la causa de mi susto era el primer golpe que oía de esa endiablada campana gorda, especie de sochantre de bronce, que los canónigos de Toledo han colgado en su catedral con el laudable propósito de matar á disgustos á los necesitados de reposo.

Demasiado sabe usted, tío, cuál es la mosca que me pica profirió Andrés con acento triste. Por mi culpa están padeciendo algunos... No quiero ser más tiempo causa de disgustos... El pie de berza volvió a ser instantáneamente objeto de la más profunda atención. Un buen rato se estuvo el cura devorándole con los ojos en silencio.