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Desapareció para ir á ponerse un traje muy historiado. Pero jamás era pesada en su atavío y al dar las seis, volvía á entrar en el salón. Era tiempo, porque á la sazón llegaba Roussel.

Las florecillas blancas y rosadas de los frutales caían muertas sobre el fango: el granizo las despedazaba; todo volvía atrás; aquel ensayo de primavera temprana había salido mal; vuelta a empezar, cada mochuelo a su olivo. Esto fue a la mitad de la Cuaresma. Vetusta se entregó con reduplicado fervor a sus devociones.

Pero abandonándole cuando él volvía en su busca, habría sido doblemente culpable. Y seguir con él era cosa que no podía hacer, pues ya no le amaba; su amor era para usted.

Esta niña se encontraba con nosotras en la parte más espesa del bosque, allá muy lejos. Oyó cantar un pájaro, un malvís, según creo. ¿No era un malvís?... Bueno, pues oyó cantar un tordo y se dirigió al sitio donde sonaba. Se alejó bastante y no pudo dar con él. Cuando se volvía, sale de unas matas el oso, la acomete, la tira al suelo y sin hacerla daño, no sabemos por qué, huye y desaparece.

La idea del dinero se volvía cada vez más distinta en su espíritu, ahora que la necesidad se había vuelto urgente. Pero la perspectiva de tener que presentarse en Batterley con las botas embarradas y de afrontar las preguntas burlonas de los mozos de cuadra, contrariaba mucho su deseo impaciente de estar de regreso en Raveloe y poner en ejecución su feliz proyecto.

Nadie dejaría de lamentar su fuga él no volvía al lugar; pero si volvía, la compasión se transformaría inevitablemente en burla y rechifla. No quedaría un solo sujeto que no le preguntase con sorna qué había ido a hacer al yermo y por qué lo dejaba tan pronto, arrepentido de ser anacoreta.

Volvía á ver con la imaginación el rostro tantas veces contemplado en las páginas ilustradas de los periódicos: unos bigotes de insolente alborotamiento; una boca con dentadura de lobo, que reía... reía como debieron reir los hombres de la época de las cavernas. Y el señor Desnoyers envidió esta cólera. Vida nueva

Pero Lituca, de rodillas y rezando, como su madre, volvía rápida a clavar la vista en el crucifijo, como el sediento caminante los labios en el caño de una fuente, y así refrigeraba y fortalecía su espíritu en cada desfallecimiento que le causaba aquel incesante batallar de la muerte para acabar con una vida que también había sido risueña y juvenil como la suya.

No, amigo; no hay que pretender eso que usted quiere. Nada de identificar la cuestión política con la cuestión religiosa. En seguida cerraba contra Venegas. Era de oirle cuando, en un estilo conciso, breve, incisivo, ponía en la picota los dislates del pedagogo que nada sabía a derechas y todo se volvía palabras sonoras y retumbantes.

Esto no era de creer en un hombre como él, en un hombre cuyo pensamiento se tornaba rápidamente en acción como el de un niño. ¿Por qué motivo volvía entonces al lado de su amiga, y la trataba mejor en sus visitas demasiado breves y raras?