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San Germain l'Auxerrois merece tambien la visita del viajero; su elegante construccion, aunque de formas un tanto aplastadas, sus estilos diferentes que constituyen un conjunto bizarro, su belleza interior, forman un todo muy bueno y hacen de San Germain una de las mas hermosas iglesias de Paris.

Las estatuas aplastadas sobre los muros se multiplican, aparecen en filas, en series, en ciclos sin fin, y son todas rígidas, tiesas retratando en sus semblantes el fastidio del Limbo ó la placidez del Paraíso. Alternan con ellas los seres simbólicos creados por la estatuaria cristiana, y que parecen engendro sacrílego del paganismo y la teología.

Cerca de la lanza del primer carro, a la derecha de la fila, se hallaban acurrucados dos carabineros, que llevaban unas guerreras de color azul celeste; dos verdaderos colosos, cuyas robustas naturalezas se rendían agobiadas por el dolor; parecían dos cariátides aplastadas por el peso de una masa enorme.

Comprendí entonces su resistencia de seis años contra las invencibles legiones de Augusto; y las legiones enteras despedazadas en el fondo de los desfiladeros, o rodando por las agrias laderas, aplastadas por los peñascos desgajados de las cumbres; el sentimiento exaltado de su salvaje independencia; la muerte en cruz antes que el yugo del conquistador... todo, todo lo comprendí y todo lo sentí, lo mismo que lo había comprendido y sentido mi padre, menos que pudiera vivir entre tales vericuetos y tan esquivas soledades, un hombre de mi educación, de mis sentimientos y de mis hábitos.

Pero el origen campesino, la rudeza nativa, se revelaba en las manos cortas, con las uñas anchas y aplastadas, y el dorso afeado con ligeras manchas amarillas; en los pies gruesos y pesados, a pesar de mostrarse cubiertos por unas elegantes botinas que delataban con su finura haber pertenecido antes a la señora. Era bonita, con la frescura de la juventud.

La idea del dinero que ganaría con el trabajo del momento no le proporcionaba ninguna satisfacción, porque aquella imagen mezquina no hacía más que recordarle de nuevo su infortunio; y esas esperanzas habían sido aplastadas con demasiada violencia por el brusco golpe para que su imaginación se detuviera en la idea de ver acumularse su nuevo tesoro con aquel pequeño comienzo.

Era el antiguo campamento de la Presa, que se transformaba rápidamente en un pueblo. Todas sus construcciones parecían aplastadas sobre el suelo, sin una torrecilla, sin un doble piso que animase su platitud monótona.

Y el doctor clamaba contra las inútiles carreras de caballos, en las cuales mueren muchos más hombres que en las corridas de toros; contra las cacerías de ratas por perros amaestrados, presenciadas por públicos cultos; contra los juegos del sport moderno, de los que salen los campeones con las piernas rotas, el cráneo fracturado o las narices aplastadas; contra el duelo, las más de las veces sin otra causa que un deseo malsano de publicidad.

Y arriba, sobre la doble galería, clavadas en la crestería del tejado, colgaban lacias e inertes las banderítas rojas y amarillas, palpitando perezosamente cuando un suspiro fresco, enviado por el mar al través de la vega, arrastrábase sobre aquellas gentes aplastadas por la insolación, haciéndoles dilatar fatigosamente los pulmones.

Una noche la Regenta reconoció en aquel subterráneo las catacumbas, según las descripciones románticas de Chateaubriand y Wisseman; pero en vez de vírgenes de blanca túnica, vagaban por las galerías húmedas, angostas y aplastadas, larvas, asquerosas, descarnadas, cubiertas de casullas de oro, capas pluviales y manteos que al tocarlos eran como alas de murciélago.