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En cierta ocasión, cuando hacía su visita a las parroquias de los vericuetos, en el riñón de la montaña, jinete en un borrico, bordeando abismos, entre la nieve, se le presentó una madre desesperada con su hijo en los brazos. Una víbora había mordido al niño. ¡Sálvamelo, sálvamelo! gritaba la madre, de rodillas, cerrando el paso al borrico.

El médico no negaba que el baño de ola sería por lo menos inofensivo; pero, según y conforme: la cosa podía estar más cerca de lo que se creía, y en tal caso, sería una temeridad.... Pero lo peor no era eso..., lo peor, lo verdaderamente peligroso, temerario, era el traqueo del coche... viaje de ida y vuelta... por aquellos vericuetos, con aquellos baches. ¡Absurdo! Pero Minghetti ha dicho....

Todos aquellos cuetos y vericuetos, lomas y llanuras, por sus formas violentas, por ejemplo, por los cortes de las laderas aterciopeladas, semejantes en su caída a los acantilados de la costa, hacían pensar en el fondo misterioso de los mares.

En estos casos ya se clareaba Chisco un poco más, y le notaba yo el gozo con que saboreaba los «atragantos» de su rival, y hasta me pagaba el favor en una mirada dulzona, con su poco de guiñada. Y eso que estaba yo convencido de que llevaba la carga de sus amores con la misma acompasada parsimonia que las llevaba todas y me acompañaba a por los vericuetos y hondonadas de los montes.

Probable es que desaparezca pronto la raza, y al fin y al cabo más vale morir libremente que vivir en la esclavitud. Más arriba aún que la gamuza, en vericuetos y peñas rodeadas de nieve por todas partes, han escogido albergue otros animales.

Después sostuvo el Delfín, con ejemplos de Francia e Inglaterra, que ninguna Restauración había prevalecido; mas todos se negaron a seguirle por los vericuetos históricos. D. Baldomero, sin meterse en dibujos, dijo una cosa muy sensata, producto de su observación de tanto tiempo: «Yo no lo que sucederá dentro de viente, dentro de cincuenta años.

Yo topé con él varias veces y me dio lástima y grima el verle. Ya iba cruzando por entre las breñas e internándose en lo más esquivo, ya emulando con las cabras monteses, saltaba por esos vericuetos. Dos o tres veces pasó cerca de y me causó horror. Rota y manchada la vestidura y enmarañado el cabello, más parece fiera que hombre.

Raíces consistía en un lugar de veinte a treinta casas, diseminadas en las frondosidades de una península abandonada por el agua, en las marismas; cerca estaban las dunas, cuyos amarillos lomos de arena tenían figura semejante a los vericuetos que rodeaban a Raíces; pero estos, desde siglos y siglos, ostentaban el terciopelo de verde oscuro de sus musgos y su césped, y las flores de los prados, iguales a las que se encontraban tierra adentro, lejos de las brisas del mar.

Al principio, el alemán y su hija vivieron en los vericuetos, sin pensar en que a pocas leguas había una ciudad que podía recordarles, remotamente, la civilización y cultura que dejaban en su tierra.

El caso es que entre todos no nos dejarán hueso sano.... Por de pronto, yo me las guillo. ¿Quiere usted algo para aquellos vericuetos? Hombre... ¡qué lástima! ¡Ahora que íbamos a emprenderla con la pitillera, que es de otro! ¡Pch!... Si algún trabucazo no lo impide... a la vuelta. El conflicto religioso