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Actualizado: 16 de mayo de 2025


Para obtenerlos era menester buscar a su abuelo, y avisarle del encuentro con el señorito; no lo tuvo por difícil, pues recordaba aproximadamente el punto del bosque donde Primitivo quedaba; y por atajos y vericuetos sólo practicables para los conejos y para él, Perucho se lanzó tras la pista de su abuelo.

Cuando lo sublime corre sin freno, suele tropezar en lo ridículo y caer en la caricatura. ¿Qué no puede, sin embargo, el brioso ingenio nativo, aunque se lance y se despeñe por los más extraviados vericuetos? Barroca, caricaturesca es la oda titulada El monstruo.

Como en España no se viaja por buscar ciudades, fábricas y campiñas de estilo moderno, sino por estudiar un país de condiciones especialísimas, Toledo encanta al viajero que la visita, apesar do las detestables incomodidades que hacen allí desagradable la vida. Perdido en un laberinto de callejuelas y vericuetos, aunque llevaba un guia, vagué durante dos horas buscando alojamiento en la ciudad.

Así es que los montes, rugosidades relativamente insignificantes en la superficie del globo, sencillos obstáculos, que el hombre puede atravesar en un día, tienen gran importancia histórica como fronteras naturales entre naciones diversas. Ese papel en la vida de la humanidad, menos lo deben á la falta de caminos, á lo fragoso de sus vericuetos, á su zona nevada y de rocas infecundas, que á la diversidad y á veces á la enemistad de las poblaciones domiciliadas en las dos opuestas faldas. La historia de lo pasado nos enseña que todo límite natural, colocado entre pueblos por un obstáculo difícil de salvar, montaña, meseta, desierto ó río, es al mismo tiempo frontera moral para los hombres. Como en los cuentos de hadas, se fortificaba con invisible muro, erigido por el odio y el desprecio. El hombre que llegaba allende los montes, no era sólo un extranjero, sino un enemigo. Odiábanse los pueblos, pero á veces un pastor, mejor que todos los de su raza, cantaba bajito algunas palabras de cándido afecto, mirando por encima de la montaña.

-Mirad, Teresa -respondió Sancho-: yo estoy alegre porque tengo determinado de volver a servir a mi amo don Quijote, el cual quiere la vez tercera salir a buscar las aventuras; y yo vuelvo a salir con él, porque lo quiere así mi necesidad, junto con la esperanza, que me alegra, de pensar si podré hallar otros cien escudos como los ya gastados, puesto que me entristece el haberme de apartar de ti y de mis hijos; y si Dios quisiera darme de comer a pie enjuto y en mi casa, sin traerme por vericuetos y encrucijadas, pues lo podía hacer a poca costa y no más de quererlo, claro está que mi alegría fuera más firme y valedera, pues que la que tengo va mezclada con la tristeza del dejarte; así que, dije bien que holgara, si Dios quisiera, de no estar contento.

La Princesa y sus amigas, atraídas por la fama de su virtud y de su ciencia anduvieron buscándole siete días por aquellos vericuetos y andurriales. Durante el día caminaban en su busca entre breñas y malezas. Por la noche se guarecían en las concavidades de los peñascos.

Sin saber lo que hacía, y sin poder contenerse, corrió a un armario, sacó de él su traje de cazador, que solía usar algunos años allá en Matalerejo, para perseguir alimañas por los vericuetos; y se transformó el clérigo en dos minutos en un montañés esbelto, fornido, que lucía apuesto talle con aquella ropa parda ceñida al cuerpo fuerte y de elegancia natural y varonil, lleno de juventud todavía.

Apenas lo supo, mandó que pusiesen las jamugas a la burra, se hizo acompañar en otra burra por su confidenta, y sin que su marido lo notase, se fue por aquellos vericuetos hasta llegar a la casería. Terrible fue la entrevista con la pecadora, a quien echó de allí a pescozones. Debo advertir que en este y otros casos se avivan los celos con poderosas razones económicas.

La condesa, la gran señora que tan raras veces bajaba de su carruaje, como si se desdeñase de pisar con sus elegantes brodequins el polvo de que estaba formada, se internó por aquellos oscuros vericuetos, y atravesando varias callejas, solitarias en aquella hora, que parecían serle muy conocidas, vino a desembocar en la plazuela de Santo Domingo.

Mientras estaba lavándose, desnudo de la cintura arriba, don Fermín se acordaba de sus proezas en el juego de bolos, allá en la aldea, cuando aprovechaba vacaciones del seminario para ser medio salvaje corriendo por breñas y vericuetos; el mozo fuerte y velludo que tenía enfrente, en el espejo, le parecía un otro yo que se había perdido, que había quedado en los montes, desnudo, cubierto de pelo como el rey de Babilonia, pero libre, feliz.... Le asustaba tal espectáculo, le llevaba muy lejos de sus pensamientos de ahora, y se apresuró a vestirse.

Palabra del Dia

ancona

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