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Mi abuela había dejado un caserío en Izarte, sobre las dunas de la playa de las Ánimas. Este caserío se llamaba Bisusalde. Bisusalde correspondía a mi madre, y estaba alquilado a un inglés. No sabía mi madre el contrato que mi abuela había hecho con él; y como se acercaba Año Nuevo, quería averiguarlo para cobrar la renta.

Allí adoptábamos actitudes de Robinsón: los sauces, que nacían en el lodo, alrededor del banco de arena, eran nuestro bosque; los grupos de juncos eran para nosotros inmensos prados; teníamos también grandes montes, pequeñas dunas amontonadas por el aire en el centro del islote, y en ellas construíamos nuestros palacios con pequeñitas ramas caídas, practicando agujeros en la arena.

Ryp, van Stein y los moros se pusieron a cavar furiosamente, mientras nosotros nos alejábamos corriendo por la orilla del río. Llegamos rendidos cerca del mar, y nos encontramos en un arenal inmenso, formado por dunas que el viento levantaba y deshacía. Nos guarecimos los dos en una grieta de la arena y estuvimos así escondidos horas y horas, con el oído atento.

¿Cómo es esto? ¡Acaso se debe á las arenas movedizas, á las veleidosas dunas, á los calizos poco firmes y cubiertos de fósiles, que os advierten la movilidad universal? ¿Es el recuerdo silencioso, pero no borrado, de las persecuciones protestantes?

Al llegar á sus manos el final de la cuerda, contempló tristemente su extremo cortado. Las lágrimas enturbiaron su visión. Luego, la hija de la estancia palideció de cólera mirando hacia las dunas, detrás de las cuales había desaparecido el norteamericano. ¡Que el demonio te lleve, gringo desagradecido!

Firme en mi decisión, escribí a la Compañía, pregunté en el puerto si algún barco zarpaba hacia la costa de España y me metí en un vapor que iba a Bayona. Recuerdo que hacía un tiempo de agosto, pesado, horrible. Los ojos se quemaban contemplando las playas arenosas, las dunas amarillentas, los estanques rodeados de pinos y la reverberación del mar.

Una colina cortada a pico, muy alta, cuya ladera, casi vertical, mostraba, como si fuera la yedra de una muralla ciclópea, pinos, castaños y robles, que trepaban cuesta arriba cual si escalaran una fortaleza, escondía y humillaba a Raíces por el Sur; el mar y las dunas le dejaban abierto a los vientos del Norte y del Noroeste, y restos de un bosque le rodeaban por Oriente y Occidente.

En 30 de Enero de 1774 salió de las Dunas, creyéndose que iba á Boston en América, el navío de S. M., nombrado el Endeavour, su comandante el teniente Jaime Gordon: pero al llegar á Lizard, punta occidental de este reino, abrió el comandante su pliego en el que halló la órden de que sin pérdida de tiempo navegase en derechura á las islas de Falkland, aunque no tenia entonces mas provisiones que para cuatro meses.

Este cabo salía más de un kilómetro extendiéndose sobre el mar como una serpiente dormida. Los dos amigos se metieron por aquel camino que no tenía más de doscientos metros de ancho y que estaba cubierto á uno y otro lado por las dunas. Cristián y Jacobo se dirigían á la punta del cabo, que formaba un pequeño promontorio. De repente se estremecieron.

Mientras los dos conversaban, balanceándose ligeramente con el paso lento de sus caballos, un jinete apareció y se ocultó repetidas veces en el fondo del paisaje, pasando de la orilla del río á las dunas de arena que las inundaciones habían dejado tierra adentro. Este jinete que se aproximaba ó se alejaba en un galope caprichoso era Celinda Rojas.