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Veía de reojo su silueta miserable con el traje de lienzo del presidio. Una sombra interceptó la claridad de la puerta; era el vigilante que salía. Cristián, entonces, se volvió y poniéndose un dedo en los labios como para recomendar la prudencia á su amigo, avanzó hacia él sonriendo. Jacobo de Freneuse no hizo un gesto ni pronunció una palabra.

En el tono de estas palabras hubo tal acento de sarcasmo, que Cristián apretó los puños de rabia. Su interlocutor parecía decirle: "¡Busca, desgraciado, que no encontrarás nada! No me cogerás en ningún renuncio. Hace una hora que te traigo y te llevo contándote mentiras para hacerte descubrir á Juana Baud, que es un personaje real, en cuya autenticidad te vas á estrellar."

María asintió con un movimiento de cabeza, Jacobo tocó un timbre eléctrico, al que no acudió el camarero, sino los patrones del yate, Marenval y Tragomer. María, de pie en el salón, un poco pálida bajo la cruda claridad de los tragaluces orlados de cobre, veía llegar á Cristián. ¿Le había amado antes de rechazarlo tan duramente?

El día anterior al en que las señoras de Freneuse estuvieron en el yate, Marenval y Tragomer estaban dando su paseo ordinario, cuando en la orilla de la Serpentina encontraron á miss Maud que iba á pie, seguida de un lacayo y de su coche. ¿Dónde están sus hermanos de usted, miss Maud? preguntó Cristián. En el círculo de los Arqueros, donde según parece hay una apuesta de las más interesantes.

El año de 1820, la señorita Luisa Elena Dougalt Delatouche D'Erouville fué pedida en matrimonio por Carlos Cristian Odiot, marqués de Champcey d'Hauterive; investido por una especie de tradición secular de la dirección de los negocios de la familia Dougalt Delatouche, y admitido con una respetuosa familiaridad de largo tiempo atrás, cerca de la joven heredera de aquella casa, debí emplear todos los argumentos de la razón para combatir las inclinaciones de su corazón y retraerla de aquella funesta alianza, y digo funesta alianza, no porque la fortuna del señor de Champcey fuese, á pesar de algunas hipotecas que la gravaban á la sazón, menos que la de la señorita Delatouche.

El 21 de junio de 1832, Fernando VII, arrastrando los pies más por la gota que por los años, y María Cristina, en todo el apogeo de su lozanía y su belleza, sacaban de pila en la colegiata e iglesia parroquial de la Santísima Trinidad, del Real Sitio de San Ildefonso, a un niño que se llamó Fernando, Cristián, Robustiano, Carlos, Luis Gonzaga, Alfonso de la Santísima Trinidad, Anacleto, Vicente.

Gracias, dijo sonriendo Tragomer, y no queriendo ofrecer dinero al digno sargento, sacó del bolsillo una petaca de paja de Manila y la presentó al jefe del puesto. Hágame el favor de aceptar un cigarro. ¡Con mucho gusto!... ¡Cáspita! ¿Ha pasado usted, al venir, por la Habana? Cristián vació la petaca en las manos del soldado y, saludándole, siguió al guía que le esperaba.

Usted, Marenval, me ayudó en diversas ocasiones á pagar deudas urgentes que me hubieran comprometido sin recurso, y , Cristián, trataste de arrancarme á mi disipación y á mi rebajamiento. El juego había llegado á ser mi único recurso, y para sostener mis fuerzas aniquiladas por las noches enteras que pasaba en las mesas de baccará, me di á la bebida.

Marenval y Cristián atravesaron un invernadero lleno de las más hermosas plantas tropicales y refrescado por una fuente de mármol de la que corría un agua cristalina, y entraron en el salón, donde la señoras en traje de baile, ofrecían un hermoso cuadro agrupadas en torno de miss Maud.

Una hora después Cristián subía con ligereza la escala del yate y saltaba al puente por la cortadura... Marenval, imposible de reconocer con su traje de franela blanca, gorra marina con galones de oro, tez curtida y barba descuidada, se lanzó al encuentro de su amigo y llevándole á la popa, bajo una toldilla de lona que abrigaba al puente de los rayos del sol;