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»Pasando a otra cosa, yo tengo para que el marqués viudito está más tronado que la nación española. Sus deudas se remontan como el águila ávida de las altas cumbres; sus gastos no disminuyen. Para estos tales, carecer es morir, y pasarán por toda clase de ignominias antes que decapitarse renunciando al lujo y a la vida de rumbo y disipación.

Pero, ¡qué temporal, querida Marianela, qué temporal hemos corrido!... Una vez liquidadas todas las deudas, nos quedó, como te digo, la estancia vieja y unos trescientos mil pesos. Y entonces me dijo Ricardo: «¿ te atreves a enterrarte unos cuantos años en «Los Carpinchos?» «Yo me entierro contigo en el fin del mundo» le respondí. Gran abrazo.

Yo quiero que me digas con lealtad qué harías, qué harías en este trance. Pero cierra ya esa boca; basta ya de asombro y contéstame». Pues yo... ¿qué haría? Echar mano al bolsillo, darle cuatro o cinco duros, y marcharme a mi casa. Esa fue mi primera idea. Pero ciertas deudas, señora mía dijo Santa Cruz triunfante , no se saldan con cuatro ni con cinco duros.

Pagó muy pocas deudas; se negó cortésmente a comprar muebles y conservó, a pesar de la duquesa y del sentido común, un departamento de 12.000 francos, en el cual no se detenía un instante. De cuando en cuando daba un luis a Semíramis para la cocina, pero nunca se preocupó de preguntarle cuánto se le debía por sus servicios.

Usted, Marenval, me ayudó en diversas ocasiones á pagar deudas urgentes que me hubieran comprometido sin recurso, y , Cristián, trataste de arrancarme á mi disipación y á mi rebajamiento. El juego había llegado á ser mi único recurso, y para sostener mis fuerzas aniquiladas por las noches enteras que pasaba en las mesas de baccará, me di á la bebida.

, se lo decía cara a cara, bien claro para que lo entendiera; ella no sabía jota de códigos ni de la práctica de tribunales: se daba por convencida de que había que vender todo, todo, aunque esto le parecía un despropósito que no podía mandar la ley, pero no de un modo irrisorio, a bajo precio; se daba por convencida que había mucho que pagar y era forzoso sacar el dinero de alguna parte, mas, ¿por qué se eternizaba un asunto tan sencillo? ¿qué deudas eran ésas? ¿qué cuentas eran ésas?

Si conferenciaba con el Embajador inglés, las quejas y las amenazas eran de otra naturaleza: entonces el lugar de retiro era Florencia ú Holanda ; pero de cualquier modo, ni hablaba con sordos ni dejaba de pensar en el alcance de lo que decía. El Embajador transmitía las extravagancias, pero se allanaba á pagarle las deudas. Tratan de ella también las cartas de Nanton.

Y Joselillo pasaba a otra casa, seguro de la cobranza, pues aunque aquella gente se retrasase en el pago, acababa siempre por satisfacer sus deudas. Eran vagabundos que apenas comenzaba el verano hacían la vida errante de feria en feria, y por esto mismo necesitaban tener su techo seguro para cuando llegasen los fríos.

Era rico, pero si se retiraba, perdiendo con esto el soberbio ingreso de las corridas unos años doscientas mil pesetas, otros trescientas mil , tendría que circunscribirse, luego de pagar sus deudas, a vivir como un señor del campo, del cultivo de La Rinconada, haciendo economías y vigilando por mismo los trabajos, pues hasta entonces el cortijo, abandonado en manos mercenarias, apenas daba producto.

Era un delicado obsequio con el cual quería nuestro buen Thiers pagar diferentes deudas de gratitud a su insigne amigo D. Manuel María José del Pez. Este próvido sujeto administrativo había dado a la familia Bringas en Marzo de aquel año nuevas pruebas de su generosidad.