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Es indecible el efecto que este artificio produce; tal pensamiento no mas que superficial, pasa por profundo, merced á su disfraz grave y filosófico; tal otro que presentado desnudo fuera una vulgaridad, mostrándose con nobles atavíos oculta su orígen plebeyo; y una proposicion que enunciada con sequedad mostraria de bulto que es inexacta ó falsa, ó quizas un solemne despropósito, es contada entre las verdades que no consienten duda, si anda cubierta con ingenioso velo.

Me parece que en este nombre hay algo que se rie de la persona que lo lleva, como si dijéramos bolsillistas, faldriqueristas, taleguistas, ó palabras por este jaez. En lugar de Bolsa, que nada significa, ó significa una ridiculez, porque ridículo es todo despropósito ¿qué razon hay para que no pudiera decirse lonja del cambio?

En efecto, compró mucho hierro; pero el principal móvil de mi viaje fue saber de la propia boca, de ese señor novio tuyo... démosle este nombre... saber de su propia boca si era verdad que se había hecho carlista. ¡Qué asquerosa calumnia! exclamó Sola con ardor, confundiendo con una frase a los inventores de tan maligno despropósito.

Ni con el mayor bienestar que con el sueldo de Sol en el colegio había entrado en la casa, se contentaba doña Andrea; y a veces se dio la gran injusticia de que aquella hermosura que ella tanto mimaba, y que desde la infancia de la niña cuidaba ella y favorecía, se la echase en cara como un pecado, que le llevó un día a prorrumpir en este curiosísimo despropósito, que a algunas personas pareció tan gracioso como cuerdo: «Si Manuel viviera, no serías tan hermosa». Enojábase, doña Andrea, cuando oía, allá por la hora en que Sol volvía con una criada anciana del colegio, la pisada atrevida del caballo de cierto caballero que ella muy especialmente aborrecía; y si Sol hubiese mostrado, que nunca lo mostró, deseos de ver la arrogante cabalgadura, fuera de una vez que se asomó sonriendo y no descontenta, a verla pasar detrás de sus persianas, es seguro que por allí hubieran encontrado salida las amarguras de doña Andrea, que miraba a aquel gallardísimo galán, a Pedro Real, como a abominable enemigo.

Su amiga de usted está por conquistar. ¡Qué ideas tiene! Por cierto que yo le voy a traer al Padre Nones. Tenemos que darle una limpia buena. En fin, me retiro, que con estas tonterías se me va la mañana». Se levantó, y Fortunata le tiró del vestido para hacerla sentar otra vez. «Una duda me queda, señora. Sáqueme de ella». Veamos esa duda... otro despropósito. ¡Ay, qué cabeza!

Desde el primero de Setiembre, Bringas empezó a ir a la oficina, aunque trabajaba muy poco, y se pasaba todo el tiempo hablando con el segundo jefe. Era una picardía que le hubieran cercenado el sueldo en el mes de Agosto, y en cuanto la Señora viniera, pensaba él interesarla en su favor para subsanar un despropósito tan sin gracia.

Veámoslo en algunos ejemplos. Supóngase á la vista un gran monton de arena en el cual se arroja al acaso un grano muy pequeño, revolviendo en seguida en todas direcciones; llega un hombre y dice: voy á meter la mano en el monton y á sacar al instante el grano oculto; ¿qué se le objeta á este hombre? ¿qué le responden los circunstantes? nada; desconcertados se mirarán unos á otros diciéndose de palabra ó con la vista: ¡qué despropósito! no tiene sentido comun.

La razon de que esta se exceptúe es que en ella, si bien no cabe demostracion, hay sin embargo vision clarísima de que el predicado está contenido en la idea del sujeto; pero en los demás casos no hay ni la demostracion, ni esa vision: el hombre asiente por un impulso natural; cuando se le objeta algo contra su creencia no llama la atencion sobre el concepto, como sucede en la evidencia inmediata; se halla completamente desconcertado, sin saber qué responder; entonces aplica á la objecion, no el nombre de error ni de absurdo, sino de despropósito, de cosa contraria al sentido comun.

¿A las máscaras? No hay remedio, tengo un coche a la puerta. ¡A las máscaras! Iremos a algunas casas particulares, y concluiremos la noche en uno de los grandes bailes de subscripción. Que te diviertas; yo me voy a acostar. ¡Qué despropósito! No lo imagines; precisamente te traigo un dominó negro y una careta. ¡Adiós! Hasta mañana. ¿Adónde vas?

, se lo decía cara a cara, bien claro para que lo entendiera; ella no sabía jota de códigos ni de la práctica de tribunales: se daba por convencida de que había que vender todo, todo, aunque esto le parecía un despropósito que no podía mandar la ley, pero no de un modo irrisorio, a bajo precio; se daba por convencida que había mucho que pagar y era forzoso sacar el dinero de alguna parte, mas, ¿por qué se eternizaba un asunto tan sencillo? ¿qué deudas eran ésas? ¿qué cuentas eran ésas?