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Pero ¿por qué? preguntó José. ¿Y lo pregunta usted todavía, majadero? Cuando no se sabe portarse como una persona, no se debe alternar con los demás. Yo creía que era usted un estúpido, pero no tanto. Cacochipi, por primera vez en su vida, se sintió ofendido.

D. Cayetano Alberto de la Barrera, Hartzenbusch, Asensio, y don José Sánchez Arjona últimamente en sus Anales del teatro en Sevilla, al ilustrar la vida de Lope de Vega, se han ocupado de su estancia en nuestra población, á la cual he dedicado un recuerdo en las anteriores líneas, como he de hacerlo á otros hombres ilustres por cualquier concepto que visitaron nuestra ciudad.

Fernando sonrió, algo asombrado de la naturalidad con que don José hacía esta declaración. ¡Qué cinismo tranquilo!... Y quiso acompañar su risa tocándole en el pecho con un dedo, pero se detuvo al ver su gesto de sorpresa. Se equivoca usted, señor Ojeda. Yo soy un indigno pecador en muchas cosas... menos en ésa. Tengo mis defectos, como todos los hombres, pero lo que usted cree... ¡nunca!

Estos fueron José Maria Gallegos, José Félix Ribas y tres hermanos suyos.

Cuyos capitulos mandan se observen puntual é inviolablemente: y que para que llegue á noticia de todos, se publique esta acta por bando, fijándose en los lugares acostumbrados. Y lo firmaron, de que doy . Juan José Lezica Martin Gregorio Yanis Manuel Mancilla Manuel José de Ocampo Juan de Llano Jaime Nadal y Guarda Andres Dominguez Tomas Manuel de Anchorena Santiago Gutierrez Dr.

«No, no te doy la llave; no saldrás mientras yo viva» exclamó D. José, haciéndose superior a mismo y mostrando la energía que a veces surge del flaco ánimo de los débiles, como en ciertos momentos de crisis las sublimidades brotan del cerebro de los tontos. Isidora le miró con ira, y respiró fuerte apretando contra el talle el lío de ropa. «¡La llave, la llave!

Y resultó ser que llegó al bufete del señor Viondi un empleado suyo, un hombre sencillo y bueno, pero sin gran cultura, y declaró, en medio de la mayor jovialidad, que el doctor José Antonio Cortina disertaría aquella noche en el susodicho Liceo acerca de «un inglés» que pretendía que el hombre descendía del mono. Martí se indignó en medio de la risa general.

Caí al suelo, y en aquel sopor... vete haciendo cargo... en aquel sopor se me apareció un ángel y me dijo, dice: 'José, no tengas celos, que si tu mujer está encinta, es por obra del Pensamiento puro.... ¿Ves qué disparates? Es que ayer tarde trinqué la Biblia y leí el pasaje aquel de...».

En don José, que era un español a la antigua y para quien no había profesión seria sino refrendada por un título académico, influyó mucho el recuerdo de la respetabilidad que a sus ojos tuvieron los oidores y magistrados de chancillerías y audiencias mientras él andaba de provincia en provincia como humilde empleado.

Cuando don José comenzó a titular a su matador «el torero de la aristocracia», sintió Gallardo la necesidad de corresponder a esta distinción instruyéndose, para que sus poderosos amigos no rieran de su ignorancia, como les ocurría con otros compañeros de profesión. Un día entró en una librería con aire resuelto. Envíeme usté tres mil pesetas de libros.