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7 Porque cualquier hombre de la Casa de Israel, y de los extranjeros que moran en Israel, que se hubiere apartado de andar en pos de , y hubiere puesto sus ídolos en su corazón, y establecido delante de su rostro el tropezadero de su maldad, y viniere al profeta para preguntarle por , yo, el SE

Le dicen ellos: De David. 43 El les dice: ¿Pues cómo David en Espíritu lo llama Señor, diciendo: 44 Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra y entre tanto que pongo tus enemigos por estrado de tus pies? 45 Pues si David lo llama Señor, ¿cómo es su Hijo? 46 Y nadie le podía responder palabra. Ni osó alguno desde aquel día preguntarle más.

En tanto don Álvaro le estaba refiriendo a Ana la misma historia que ella había oído ya a Visita, aunque en forma muy distinta. No había podido la Regenta resistir a la tentación de preguntarle si se había divertido mucho aquel verano.... Mesía vio el cielo abierto en aquella pregunta.

Antes de que Ferragut alcanzase á preguntarle por Freya, con la vaga esperanza de que se hubiese refugiado en el hotel, este hombre le dió una noticia. Capitán, aquí ha estado su hijo esperándole. El capitán balbuceó, desorientado: «¿Qué hijo?...» El hombre de las llaves bordadas trajo el libro de viajeros, mostrándole una línea: «Esteban Ferragut.

Llegó Sancho a su casa tan regocijado y alegre, que su mujer conoció su alegría a tiro de ballesta; tanto, que la obligó a preguntarle: ¿Qué traés, Sancho amigo, que tan alegre venís? A lo que él respondió: -Mujer mía, si Dios quisiera, bien me holgara yo de no estar tan contento como muestro.

Sin duda la trampa se armaba sólo por las noches. A la tarde, hallándose sola con Patricia en la cocina, tuvo ya las palabras en la boca para preguntarle: «¿y los de al lado?». Pero no desplegó sus labios.

Durante sus visitas, que hacía sucesivamente más cortas, evitaba con habilidad toda alusión a los acontecimientos desagradables que habían perjudicado la cristalería. Un día, sin embargo, encontró a su prometida tan visiblemente apesadumbrada, que le fue imposible dejar de preguntarle la causa: ¿Qué tiene usted, María Teresa? Se diría que usted ha llorado...

Es cuestión de organismo. El mío pide la variedad. A otros les basta la unidad... Entre el hondo pesar que le embargaba y aquellas palabras desvergonzadas que le herían como latigazos, el pobre Mario no podía disimular ya más. Su rostro se iba poniendo sombrío por momentos. Tanto que Romadonga, aunque no solía fijarse en el semblante de sus amigos, concluyó por preguntarle: ¿Qué tiene usted?

Al salir de la iglesia le dijo resueltamente: Hoy, quieras que no, tienes que dejarte guiar por una ciega. Hazme el favor de buscar un coche. Se fueron al primer puesto y en el trayecto Cirilo no dejó de preguntarle adónde pensaba conducirle. Ya lo sabrás. Hasta que subieron al vehículo y Visita dijo triunfalmente «a la Bombilla» no logró averiguarlo. Ya están en la Bombilla.

10 Y en casa volvieron los discípulos a preguntarle de lo mismo. 11 Y les dice: Cualquiera que repudiare a su mujer, y se casare con otra, comete adulterio contra ella; 12 y si la mujer repudiare a su marido y se casare con otro, comete adulterio. 13 Y le presentaban niños para que los tocase; y los discípulos reñían a los que los presentaban.