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Mañana, por única vez, para despedirnos, a las ocho de la mañana en la Moncloa, entrando por la parte de la Bombilla iré en coche y por la Birgen rompe este papel. <tb> ¡Dios santo, qué noche!

El arte antiguo de los pesados jarrones de cobre preciosamente trabajado, que figuraban dragones fantásticos sobre la chimenea de mármol negro, no parecía contradecirse con el arte ligero de una lámpara moderna que difundía, suavemente atenuada por el moaré de la pantalla, la luz de la bombilla eléctrica oculta en el esbelto pie de alabastro.

Iba á todas horas con un cigarro paraguayo en un extremo de sus labios azulencos y chorreantes de nicotina, y cuando don Carlos no estaba presente, empleaba para tomar mate su misma calabacita de finas labores y su bombilla de plata.

De estos despilfarros solo protestaba la vecindad con cierta disculpable envidia: lo malo era que marido y mujer no comían ni se iban de campo solos, como recién casados o amantes de poco tiempo, sino que siempre les acompañaban dos hermanos, Luis y Genoveva, de los cuales el primero cortejaba a Casilda, mientras la segunda bromeaba con Damián: si el tal cortejo era platónico y las tales bromas inocentes, ellos lo sabrían; pero un conocido que les vio merendando más allá de la Bombilla, decía que aquéllo era un escándalo, que cuando les sorprendió, Luis tenía a Casilda cogida por la cintura, y que Genoveva retozaba con Damián.

La infusión de hierba mate, que se llama simplemente mate, se sorbe con un tubo delgado denominado bombilla, que al principio se hacía y que aun suele hacerse de caña o hueso, pero que generalmente es de metal, y cuya extremidad, semejante a una cuchara cubierta y perforada, se introduce en el mate.

Porque allí se salvó Buenos Aires, y si no hubiéramos triunfado allí, hoy estaríamos conquistados y perdidos, señor don Pancho dijo mi tía exaltadísima, devolviendo el mate a la mulatilla después de hacerlo roncar con una chupada postrimera llena de vigor, que aplicó a la bombilla.

Los dos tenían en su diestra la calabacita llena de mate, y chupaban el líquido oloroso con un canuto de plata llamado «bombilla». Apenas se daba cuenta la mestiza por el burbujeo de los canutos de que escaseaba el líquido, corría á un fogón inmediato, trayendo la «París», tetera de agua hirviente, para llenar á chorro las dos calabacitas repletas de hierba mate.

Yo le conocí este verano en una juerga en la Bombilla, porque Sindulfo es un arqueólogo flamenco. Desea que yo llame la atención de las Academias acerca de la calavera de Atahualpa, el inca infeliz que Sindulfo ha descubierto y cuya autenticidad prueba en un volumen de quinientos folios.

Yo exigiré que las Academias le compren su calavera de Atahualpa y nos gastaremos los cuartos en la Bombilla, con aquellas dos chulonas modistillas que a usted le parecerán dos sacerdotisas de Vesta. Porque, como dije al principio, Sindulfo gusta de los gachones deliquios del baile.

Montaron de nuevo en él y se trasladaron a la Bombilla. Antes de entrar en el gabinete que les tenían reservado dieron orden para que sirviesen también de almorzar al cochero. Pasaron después, y en un comedorcito agradable con vistas al río hicieron los honores al almuerzo, cuyos platos habían de antemano elegido. El paseo, el aire puro les había despertado el apetito.